Relatos de Belcebú a su nieto La conocida Parábola de
Carruaje: una del hombre con el carruaje, el caballo, el cochero y el pasajero.
El hombre considerado como un todo, con sus distintas
localizaciones funcionando separadamente, o mejor, con todas sus
"personalidades" formadas y educadas independientemente unas de
otras, ofrece una similitud casi perfecta con el carruaje destinado al transporte
de un pasajero, compuesto de un coche, de un caballo y de un cochero.
Es preciso notar ante todo que la diferencia entre un
verdadero hombre y un pseudo-hombre, es decir, entre el hombre que tiene su
propio "Yo" y el que no lo tiene, se hace evidente, en esta
comparación, por el pasajero sentado en el carruaje. En el primer caso, el del
verdadero hombre, el pasajero es el amo; mientras que en el segundo, el
pasajero no es sino el primer transeúnte que llega, quien, como el cliente de
un "coche-taxi", cambia a cada momento.
El cuerpo físico del hombre, con todas sus
manifestaciones reflejomotrices, corresponde simplemente al carruaje mismo; el
conjunto del funcionamiento y de las manifestaciones del sentimiento
corresponde al caballo uncido al carruaje, y del cual tira; en cuanto al
cochero en su asiento, quien conduce al caballo, éste representa lo que llaman
comúnmente el consciente o el pensar; finalmente, el pasajero sentado en el
carruaje, y que da órdenes al cochero, es lo que se llama el "Yo".
Toda la desgracia de los hombres contemporáneos se debe
esencialmente al hecho de que como consecuencia de los métodos de educación
anormales infligidos por todas partes a la generación joven, la cuarta
personalidad, que debería estar presente en todo hombre que ha llegado a la
edad responsable, les falta por completo; y casi todas contienen únicamente las
tres primeras partes enumeradas, que además se han formado por sí solas, y de
cualquier manera. En otras palabras, los hombres contemporáneos de edad responsable
no representan nada más que un "coche-taxi",. y ¡en qué estado! ...
un coche deteriorado, cuyos días felices ya se han ido ... un viejo rocinante
... y en el asiento, un cochero andrajoso, medio dormido, medio borracho. que
pasa el tiempo, asignado por la Madre Naturaleza para el perfeccionamiento de
sí, esperando en las esquinas de las calles, perdido en sueños fantásticos, a
algún pasajero ocasional. El primer transeúnte que llega lo llama, lo alquila
por hora, dispone de él a su antojo, y no solamente de él, sino de todas las
partes del carruaje que le están subordinadas.
Si proseguimos con esta comparación entre un hombre
contemporáneo típico, con sus pensamientos, sus sentimientos, su cuerpo, y un
coche-taxi con caballo y cochero, nos aparecerá claramente que en cada una de
las partes que constituyen esos dos agregados han de formarse hábitos,
necesidades y gustos netamente definidos, que no pertenecen sino a dicha parte.
En efecto, conforme a su diversidad de origen, a las condiciones de su formación
y a sus posibilidades particulares, han de constituirse en cada una de ellas su
propio psiquismo, sus propias nociones, sus propias reglas subjetivas, sus
propios puntos de vista, y así sucesivamente ...
El conjunto de las manifestaciones del pensar humano, con
todas las inherencias propias de su funcionamiento y todas sus particularidades
específicas, corresponde en casi todos sus aspectos a la esencia y a las
manifestaciones de un típico cochero de plaza.
Es, como todos los cocheros de plaza en general, del tipo
"Isidoro". No es completamente iletrado, ya que la legislación de su
país ha decretado la "instrucción pública obligatoria" y en su
infancia tuvo que gastar de tiempo en tiempo el fondo de su pantalón en los
bancos de la "escuela de hermanos de la parroquia".
Aun cuando él mismo viene del campo y ha permanecido tan
ignorante como sus compañeros que se quedaron en el pueblo, sin embargo,
llamado por su profesión a rozarse con gente de nivel y educación diferentes,
ha recogido de aquí y de allá toda una colección de expresiones que abarcan
nociones variadas; y ahora mira desde sus alturas, con perfecto desdén, todo lo
que viene del pueblo, rechazándolo con indignación como
"obscurantismo".
En resumen, es un tipo a quien se aplica perfectamente
este adagio: "Corneja, corneja, pierdes tu tiempo, jamás serás un pavo
real".
Se considera a sí mismo competente, hasta en materia de
religión, de política y de sociología. Con sus iguales, le gusta discutir; a
aquellos que considera inferiores a él, los enseña; con sus superiores, se
muestra adulador, servil; "se pone en cuatro patas ante ellos".
Una de sus mayores debilidades es la de correr tras las
mucamas y las cocineras del barrio, pero lo que le gusta por encima de todo,
es, después de una gran cuchipanda, saborear una o dos copitas; luego de lo
cual, plenamente saciado, medio amodorrado, sueña ...
Para satisfacer sus debilidades, roba regularmente una
parte del dinero que le ha confiado su amo para el forraje del caballo.
Como todo "mercenario", nuestro Isidoro no anda
sino a garrotazos, y si le da por hacer algo sin ser acosado, siempre es en
espera de una propina.
Esa atracción de la propina lo ha llevado poco a poco a
adivinar ciertas debilidades de la gente con quien trata, para sacar provecho
de ellas, y automáticamente ha aprendido a valerse de artimañas, a adular, y a
"untar vaselina", en dos palabras, a mentir.
Tan pronto se presenta una ocasión y él tiene un momento
libre, se cuela en un café o en un bar donde se queda horas soñando despierto
ante un vaso de vino, conversando con un tipo de su especie, o bien leyendo el
periódico.
Trata de tener aspecto imponente, lleva barba y, si es
flaco, rellena su indumentaria a fin de parecer más importante.
En cuanto al centro del sentimiento, el conjunto de sus
manifestaciones y el sistema entero de su funcionamiento corresponden de lo
mejor al caballo del "coche-taxi".
Esta comparación del caballo y de la organización del
sentimiento humano nos permitirá además poner en evidencia el carácter erróneo
y unilateral de la educación infligida hoy a la generación joven.
El caballo, como consecuencia de la negligencia de que
dieron prueba todos los que lo rodearon desde su más tierna edad, y por el
hecho de su constante soledad, se ha encerrado de cierto modo en sí mismo: en
otras palabras, su "vida interior" se ha visto reprimida, y él ya no
dispone, para sus manifestaciones exteriores, más que de la sola fuerza de
inercia.
Debido a las anormales condiciones circundantes jamás ha
recibido educación especial; ha crecido y se ha formado bajo la sola influencia
de palizas brutales y de perpetuas vociferaciones.
Siempre lo han mantenido con trabas; y en cuanto a su
alimento, a guisa de heno y de avena, nunca ha recibido más que paja, lo cual
en nada corresponde a sus necesidades reales.
No habiendo percibido jamás en ninguna manifestación de
quienes lo rodean, el menor signo de ternura o de amistad, el caballo está
listo ahora a darse con todo su ser a quien le haga la menor caricia.
Tan es así que las tendencias del caballo, privado de
toda aspiración y de todo interés, deben concentrarse inevitablemente en comer,
beber y en una atracción automática por el otro sexo; por eso ronda siempre ahí
donde puede satisfacerlas y si por casualidad divisa algún paraje donde una de
sus necesidades ha sido satisfecha tan sólo una vez, aguarda el momento
propicio para escapar hacia allá.
Hay que agregar además que, aun teniendo una comprensión
muy débil de sus deberes, el cochero es, a pesar de todo, capaz de pensar, por
lo menos un poco lógicamente, y teniendo en cuenta el mañana, buscar, por temor
a perder su empleo, o con la esperanza de recibir una recompensa, hacer algo
por su amo sin verse literalmente forzado a ello. Pero el caballo, falto de
toda educación especial, adaptada a su naturaleza, no ha recibido en el tiempo
requerido ningún dato que le permita manifestar las aspiraciones que exige una
existencia responsable; por lo tanto no puede comprender, y no puede siquiera
esperarse de él que comprenda, por qué debería él hacer algo. De modo que
considera sus obligaciones con una total indiferencia y sólo trabaja por temor
a una paliza suplementaria.
En cuanto al carruaje, que en nuestra analogía
corresponde al cuerpo considerado aisladamente de las otras partes
independientes de la presencia general del hombre, su situación es aún peor.
Ese carruaje, como todos los carruajes, está hecho de
materiales diversos. Su construcción es de lo más complicada. Había sido
destinado - lo cual parecerá evidente a todo hombre de juicio sano - al
transporte de toda clase de carga, y no al uso que de él se hace hoy, es decir,
sólo al transporte de clientes de paso.
La causa principal de los innumerables malentendidos de
los que es víctima se debe al hecho de que había sido previsto para circular
por los caminos vecinales, y a que los maestros carroceros habían dispuesto en
consecuencia ciertos detalles interiores de su construcción.
Por ejemplo, el principio de engrase - que es una de las
principales necesidades de un vehículo hecho de materiales múltiples - había
sido concebido de tal manera que la grasa pudiera esparcirse por todas las
piezas metálicas, bajo la sola acción de las sacudidas debidas a los tumbos
inevitables en tales caminos. Pues bien, ese carruaje, destinado a pequeños
caminos vecinales, se estaciona la mayor parte del tiempo en la ciudad, y
cuando rueda, es por avenidas asfaltadas, planas como mesas de billar.
A falta de sacudidas, el engrase de todas las piezas ya
no se hace uniformemente; de modo que algunas de ellas acaban por oxidarse y
¡dejas de cumplir la función que les había sido asignada.
Por regla general, un carruaje rueda bien mientras sus
partes móviles están bien engrasadas. Cuando no lo están suficientemente, se
recalientan y, al ponerse al rojo, dañan las piezas vecinas. Además, si hay
exceso de grasa en alguna parte, la buena marcha del carruaje peligra. En uno u
otro caso, se hace cada vez más difícil para el caballo tirar de él.
El cochero contemporáneo, nuestro "Isidoro",
ignora todo esto. No tiene la menor idea de esa necesidad de un engrase
uniforme de su carruaje, e incluso si lo engrasa, lo hace sin verdadero
conocimiento, de oídas, siguiendo ciegamente las sugerencias del primero que
pasa.
Así que, cuando ese carruaje, ahora más o menos adaptado
a carreteras planas, debe, por alguna razón, arriesgarse por un atajo, siempre
le sucede algo: a veces es una tuerca que salta; otras es un perno que se
tuerce - siempre hay una pieza que se descompone: y después de tales
tentativas, el viaje raramente termina sin reparaciones más o menos
considerables.
En todo caso, se ha vuelto hoy cada vez más peligroso
usar ese carruaje para los fines a los que estaba destinado.
Si uno se pone a repararlo, hay que desmontar todo
primero, examinar las piezas una por una, y como siempre en semejante caso,
bancarias en petróleo para limpiarlas bien, antes de montarlas de nuevo.
Además, muy a menudo, resulta urgente cambiar una pieza importante; todo esto
no es grave si sólo se trata de una pieza económica, pero a veces sucede que la
reparación cuesta más que la compra de un coche nuevo.
Pues bien, está claro que todo cuanto se ha dicho a
propósito de las distintas partes cuyo ensamblaje constituye un
"coche-taxi" se aplica exactamente a la organización general de la
presencia del hombre.
Por la ausencia, entre nuestros contemporáneos, de todo
conocimiento y de toda capacidad para preparar convenientemente a los
adolescentes con miras a una existencia responsable, educando las diferentes
partes que componen su presencia general, cada hombre parece hoy como algo
verdaderamente absurdo y cómico en extremo, que presenta, volviendo a nuestro
ejemplo, un cuadro como el siguiente:
Un carruaje último modelo, apenas salido de la fábrica,
barnizado por auténticos carroceros alemanes de la ciudad de Barmen, y entre
las varas, esa clase de caballo que llaman en el país de Trancaucasia un
"dglozi-dzi". ("Dzi" quiere decir: caballo; "Dgloz"
era el nombre de cierto armenio, experto en el arte de comprar y desollar
jamelgos.)
En el asiento de ese carruaje de gran estilo está un
cochero somnoliento, mal afeitado, hirsuto, con una levita grasienta que ha
recogido en el basurero donde la había tirado como un harapo, Menegilda la
ayudante de cocina. En la cabeza reluce un nuevo y flamante sombrero de copa,
réplica exacta del de Rockefeller, mientras en su solapa resplandece un enorme
crisantemo.
Y el hombre contemporáneo ha de presentar inevitablemente
ese aspecto bufón, pues desde el primer día de su aparición, esas tres partes
formadas en él -las que a pesar de ser de origen diferente y poseer cada. una
de ellas unas propiedades de calidad distinta, habrían debido, sin embargo,
para servir a una meta única, desde la entrada del hombre en la existencia
responsable, constituir por su conjunto mismo su "todo integral"-
comienzan a “vivir aisladamente", por así decir, y a fijarse cada una en
manifestaciones específicas sin acostumbrarse nunca a prestarse mutuamente el
soporte automático indispensable, ni a comprenderse unas a otras, aunque fuese
de manera aproximada; así que, más tarde, cuando se requieren manifestaciones
concertadas, éstas no pueden producirse.
Por cierto, gracias al “sistema de educación de la nueva
generación", ya sólidamente establecido en la vida del hombre - y cuyo
único principio consiste en enseñar a los alumnos a repetir de memoria, hasta
embrutecerlos completamente, una multitud de palabras y expresiones faltas de
sentido, y a hacerles reconocer, por la sola diferencia de sonoridad, la
realidad que estas palabras se supone significan- el cochero es todavía capaz
de explicar mal que bien a aquellos que son de su mismo tipo, los deseos que él
experimenta, y a veces de comprender un poco a sus semejantes.
Por su cháchara con los demás cocheros, mientras espera
clientes, y por su "flirteo" repetido en el umbral de las puertas con
las sirvientas del vecindario, nuestro Isidoro ha llegado a asimilar diversas
formas del "savoir-vivre".
Se ha adaptado igualmente a las condiciones exteriores de
la vida de los cocheros en general; por ejemplo, se ha automatizado a
distinguir una calle de otra y a encontrar frente a una vía interrumpida por
causa de reparaciones, cualquier otro camino para llegar a la dirección
solicitada.
¡Pero el caballo ... Aún cuando es cierto que esa funesta
invención contemporánea que llaman "educación" no se extiende hasta
él -lo cual protege a sus facultades hereditarias de la atrofia- su formación
se efectúa, sin embargo, en las condiciones anormales del proceso de existencia
ordinaria; crece así olvidado de todos, como un huérfano, y por añadidura
maltratado, sin adquirir nada que corresponda ni al psiquismo bien determinado
de su cochero, ni a su saber, de modo que permanece completamente ignorante de
las formas de las relaciones recíprocas vueltas habituales al cochero, y no se
establece entre ellos en definitiva ningún contacto que les permita
comprenderse.
A pesar de eso, puede que, en su vida encerrada, el
caballo llegue a descubrir alguna forma de relación con su cochero, y hasta
familiarizarse con algún "lenguaje"; pero por desgracia el cochero lo
ignora y ni siquiera sospecha que eso sea posible.
Aparte el hecho de que, en esas condiciones anormales, no
se constituye ningún dato entre el caballo y el cochero para permitirles, por
poco que sea, comprenderse automáticamente, hay además muchas razones
exteriores, independientes de ellos, que les arrebatan toda posibilidad de
alcanzar juntos la meta única a la que fueron destinados.
En efecto, así como las diferentes partes independientes
de un "coche-taxi" están ligadas entre sí, el coche al caballo por
las varas y el caballo al cochero por las riendas, asimismo, todas las
distintas partes de la organización general del hombre están ligadas entre sí,
el cuerpo con la organización del sentimiento por la sangre, Y la organización
del sentimiento con la del pensar por lo que se llama "ganbledzoin",
o sea por esa substancia que se constituye en la presencia general del hombre a
partir de todos los esfuerzos eserales intencionalmente cumplidos.
El deplorable sistema de educación actual ha llevado a
tal resultado que el cochero ha dejado de tener la más mínima influencia sobre
su caballo; apenas si puede suscitar en el consciente del animal, por medio de
las riendas, estas tres ideas: derecha, izquierda y alto.
Aunque eso no siempre es así, pues las riendas
generalmente están hechas de materiales que reaccionan a todos los fenómenos
atmosféricos: por ejemplo, bajo una lluvia torrencial, se hinchan y se alargan;
cuando hace calor, sucede lo contrario; de modo que su acción sobre la
sensibilidad automatizada de percepción del caballo es variable.
Lo mismo se produce en la organización general del hombre
ordinario cuantas veces se modifica en él, bajo el efecto de una impresión
cualquiera, lo que podría llamarse "la densidad y el ritmo del
ganbledzoin": su pensamiento pierde entonces toda posibilidad de acción sobre
la organización del sentimiento.
Así pues, resumiendo todo cuanto acaba de decirse,
debemos, querámoslo o no, reconocer que todo hombre debe esforzarse por tener
su propio "Yo"; de otro modo, no será jamás sino un
"coche-taxi" en el cual podrá tomar asiento cualquier pasajero, quien
dispondrá de él a su antojo.
G. Gurdjieff. Relatos de Belcebú a su nieto.