LIBRO PRIMERO CAPITULO 23, CUARTO DESCENSO DE BELCEBÚ A LA TIERRA 5, 6 Y 7

QUINTA PARTE



Uno de ellos tiene, en una de las grandes ciudades europeas, una «casa de pompas fúnebres»;
el segundo, en otra urbe populosa, posee una agencia encargada de concertar matrimonios y
tramitar divorcios; y el tercero, es propietario de muchas oficinas fundadas por él mismo en
diversas ciudades, dedicadas a lo que se conoce con el nombre de «cambio de moneda».
Pero, gracias a este heterograma, veo ahora que me he apartado bastante de mi relato original.
Volvamos pues a nuestro tema.
Te decía que en éste, mi cuarto vuelo hacia el planeta Tierra, nuestra nave Ocasión, descendió
en el mar conocido con el nombre de «Mar Rojo».
Y descendimos en este mar debido a que baña las costas orientales de aquel continente al cual
deseaba dirigirme, esto es, el continente llamado entonces de Grabontzi, actualmente África,
en el cual se criaban aquellos simios que nosotros buscábamos, en mayor número que en
ninguna otra tierra firme de la superficie de aquel planeta.
Y además, porque ese mar se hallaba en aquel período en condiciones particularmente
ventajosas para anclar nuestra nave Ocasión, pero lo que es aún más importante, en una de sus
orillas, se hallaba el país llamado de «Nilia», actualmente, Egipto, en el cual residían aquellos
miembros de nuestra tribu que deseaban permanecer en aquel planeta y con cuya ayuda
pensaba yo capturar los monos.
Así, pues, habiendo descendido en el Mar Rojo, recorrimos la distancia que separaba a nuestra
nave de la orilla, a bordo de nuestros Epodreneks, y luego, montados en camellos, llegamos a
aquella ciudad en la que vivían nuestros congéneres y que era por entonces la capital del
futuro Egipto.
Esta ciudad se llamaba Tebas.
Desde el primer día de mi llegada a la ciudad de Tebas, uno de los miembros de nuestra tribu
que allí vivía, me contó, entre otras cosas, durante el transcurso de una conversación, que los
terráqueos de aquella localización habían ideado un nuevo sistema para observar las diversas
concentraciones cósmicas desde su planeta, y que se hallaban entonces construyendo cierto
dispositivo necesario para llevarlo a la práctica, y que, asimismo, como todo el mundo decía,
las ventajas y posibilidades de este nuevo sistema serían excelentes y sin paralelo en la
historia del planeta Tierra.
Y una vez que me hubo relatado todo lo que con sus propios ojos había visto, inmediatamente
se apoderó de mí un considerable interés, puesto que de la descripción que me hizo de ciertos
detalles de este nuevo aparato, me pareció que los terrestres habían hallado el medio de
vencer aquel inconveniente que tantas horas de meditación me había exigido previamente,
cuando me hallaba ocupado en la construcción de mi observatorio en el planeta Marte.
De modo pues que decidí postergar por cierto tiempo, mi propósito inicial de dirigirme
inmediatamente hacia el sur del continente para procurarme aquellos monos en cuya búsqueda
había salido, decidiendo, por el contrario, dirigirme primero al lugar en que se estaba
realizando aquella construcción, a fin de trabar relaciones personales, en el mismo lugar de las
operaciones, con todos aquellos vinculados a la obra.
Así pues, al día siguiente de nuestra llegada a la ciudad de Tebas, en compañía de uno de los
miembros de nuestra tribu que se había hecho ya de varios amigos en el lugar, y también del
Constructor en Jefe de dicha obra —y claro está que también del bueno de Ahoon— descendí
el curso, a bordo de lo que se llamaba entonces un «Choortetev», de un afluente del caudaloso
río conocido actualmente por el nombre de «Nilo».
Cerca del punto en que este río vertía sus aguas, formando una vasta superficie
«Saliakoorniapniana», se hallaban los edificios, ya casi terminados, de que antes te hablé, una
de cuyas partes me interesó sobremanera.
El distrito mismo en que se venían realizando las obras necesarias, tanto para la construcción
de este nuevo «observatorio» como para otros muchos edificios destinados al bienestar
general de la comunidad, se llamaba entonces de «Avazlin».
Algunos años después comenzó a llamarse «caironana» hasta que, en la época actual, fue
denominado, simplemente, «alrededores de El Cairo».
Dichos edificios habían sido iniciados mucho tiempo antes por uno de los individuos
llamados entonces «faraones», designación ésta que daban los habitantes de aquella región a
sus reyes.
Y en la época de mi cuarto descenso al planeta Tierra y de mi primera visita a aquel lugar,
estos edificios especiales cuya construcción él había iniciado, estaban siendo completados por
su nieto, también faraón.
Pese a que el observatorio que me había llamado la atención no había sido finalizado por
completo, podían efectuarse, no obstante, ciertas observaciones de la visibilidad exterior de
las concentraciones cósmicas, y los datos así obtenidos, así como la acción recíproca entre
estos datos, podían ya ser objeto de amplio estudio.
Los individuos encargados de aquellas observaciones y estudios se llamaban entonces
«Astrólogos».
Pero cuando posteriormente se apoderó de los terráqueos aquella enfermedad psíquica
conocida con el nombre de necedad, estos especialistas se «encogieron», reduciéndose a dar
nombres a las concentraciones cósmicas remotas, sin hacer cosa alguna de interés.
Estos nuevos «profesionales» se llamaron «astrónomos».
En la medida en que la diferencia de significación y sentido, en relación con los seres
circundantes, entre aquellos de los seres tricerebrados terráqueos que ejercían por entonces
esta profesión, y aquellos que tienen en la actualidad, por así decirlo, la misma ocupación, podría
revelarte, para así expresarlo, «lo evidente del persistente deterioro del grado de
cristalización» de los datos que conducen a una «mentación lógica sana», que debiera hallarse
en las presencias comunes de tus favoritos en cuanto seres tricerebrados que son: por lo cual
me parece indispensable explicarte esa diferencia, ayudándote a hacerte una idea cabal de la
misma.
En aquella época, estos tricerebrados terrestres en edad responsable, llamados por los otros,
«astrólogos», además de efectuar las mencionadas observaciones e investigaciones referentes
a las diversas concentraciones cósmicas, con el fin de realizar un estudio más «detallado» de
aquella rama del conocimiento general que ellos representaban, cumplían otras muchas
obligaciones esenciales, encomendadas a ellos por sus semejantes.
Entre estas obligaciones fundamentales se hallaba la de aconsejar
—al igual que nuestros Zerlikneros— a todas las parejas conyugales, según los tipos
individuales de cada pareja, acerca de la época y forma propicias para consumar el sagrado
Elmooarno, a fin de alcanzar una deseable concepción como resultado.
Y cuando tales frutos eran finalmente materializados o, como ellos dicen, «nacían», debían
trazar su «Oblekioonerish» que no es sino lo que tus favoritos llaman «horóscopo».
Y tiempo más tarde, si bien ellos mismos o sus sustitutos debían
—durante todo el período de formación del recién nacido y de su preparación para ingresar en
la existencia responsable— guiarlos y suministrarles las indicaciones adecuadas sobre la base
del mencionado Oblekioonerish, así como sobre la base de las leyes cósmicas, que
continuamente se ponían de manifiesto en las acciones desplegadas por otras concentraciones
cósmicas.
Estas indicaciones o, por así llamarlas, «advertencias», consistían en lo siguiente:

SEXTA PARTE

Cuando una función, en la presencia de un individuo dado, comenzaba a desentonar con el
resto de la comunidad, este individuo acudía entonces al astrólogo de su distrito quien, sobre
la base del mencionado Oblekioonerish, así como sobre la base de los cambios previstos en
sus cálculos, de acuerdo con los procesos de la atmósfera, transmitidos a su vez hacia otros
planetas del mismo sistema solar, le indicaba exactamente lo que debía hacer con su cuerpo
planetario en determinados períodos de los movimientos krentonalnianos de su planeta, como,
por ejemplo, la dirección en que debía acostarse, la forma en que debía respirar, los
movimientos que debía realizar con preferencia, los tipos de relaciones que debía mantener y
con qué personas, y muchas otras cosas por el estilo.
Además de todo esto, los astrólogos asignaban a los seres tricentrados, en el séptimo año de
su existencia, también sobre la base del correspondiente Oblekioonerish, los compañeros
adecuados del sexo opuesto con la finalidad de llenar uno de los principales deberes eserales,
esto es, la perpetuación de la raza o, como dirían tus favoritos, les adjudicaban «maridos» a
las mujeres y «esposas» a los varones.
Y aquí debo hacer justicia a los terrestres que vivían en la época en que estos astrólogos
llevaban a cabo sus funciones.
Ciertamente, entonces cumplían estrictamente sus indicaciones y realizaban las uniones
conyugales ateniéndose rigurosamente a lo aconsejado por dichos astrólogos.
En consecuencia, en aquella época, en lo que respecta a las uniones conyugales, éstas se
realizaron siempre en conformidad con los tipos respectivos, de forma similar a lo que
acontece en todos los planetas hablados por seres Keschapmartianos.
Estos antiguos astrólogos terrestres concertaban estas alianzas con tanto éxito, debido a que, si
bien se hallaban muy lejos del conocimiento de gran número de las verdades cósmicas
Trogoautoegocráticas, conocían ya, perfectamente, por lo menos, las leyes de la influencia de
los diferentes planetas del sistema solar sobre los seres que habitaban en su propio planeta,
esto es, la influencia que estos planetas ejercían sobre un ser dado en el momento de ser
concebido, en el de su ulterior formación, y también en el de su completa adquisición del ser
Responsable.
Poseyendo, gracias a la información que de generación en generación les había sido
transmitida por sus mayores, un conocimiento práctico de varios siglos, conocían
perfectamente qué tipos de temperamento pasivo eran más adecuados para el activo.
Y gracias a todo esto, las parejas unidas de acuerdo con sus indicaciones tendían casi siempre
a corresponderse perfectamente, y no como sucede en la actualidad, en que las parejas
conyugales no coinciden en tipo casi nunca; como consecuencia de ello, la vida entera de las
actuales parejas se apoya en una «vida interior» como ellos dicen, cuya mitad es dedicada a lo
que nuestro estimado Mullah Nassr Eddin expresa con las siguientes palabras: «¡Qué buen
marido aquél, o qué buena mujer aquella, cuyo mundo interior no se halla ocupado por un
continuo 'sermonear a la otra mitad.'»
En todo caso, querido nieto, si estos astrólogos hubieran seguido ejerciendo su profesión en
aquel planeta, con toda seguridad que, gracias a sus prácticas ulteriores, la existencia de los
habitantes de aquel desdichado planeta hubiera llegado a ser gradualmente, en sus relaciones
familiares, algo semejante a la de los demás seres que habitan los otros planetas de este Gran
Universo.
Pero todo esto, que podría haber reportado tan beneficiosas ventajas al proceso de su
existencia, fue desechado por los terráqueos, al igual que todas las demás conquistas valiosas,
sin haberle sacado provecho alguno, arrojándolo «a los glotones cerdos», como diría nuestro
respetado Mullah Nassr Eddin.
Y estos «astrólogos» terráqueos, como siempre sucede allí, comenzaron pues, gradualmente, a
«encogerse», para luego «evaporarse» por completo.
Tras la total abolición de las tareas encomendadas previamente a los astrólogos, otros
profesionales hicieron su aparición en la escena, pero esta vez provenían de cierto círculo de
«eruditos» de nueva formación, quienes también comenzaron a observar y estudiar, por así
decirlo, los resultados originados en las diversas concentraciones cósmicas y su influencia
sobre la existencia de los habitantes de su planeta; pero como los seres ordinarios que
rodeaban a estos profesionales no tardaron en advertir que sus «observaciones» y «estudios»
sólo consistían en la invención de nombres para los soles y planetas remotos —nombres por
lo demás desprovistos de todo significado para ellos— y en la medición, por así decirlo, por
medio de un método que ellos solos conocían y que constituía un secreto profesional, de la
distancia existente entre los puntos cósmicos percibidos desde su planeta, con ayuda de esos
«juguetes» que ellos llamaban «telescopios», comenzaron a denominarlos, como ya te he
dicho, «astrónomos».
Ahora que hemos hablado de estos «ultrafantasiosos» contemporáneos podría muy bien,
imitando nuevamente la forma de mentación y exposición verbal de nuestro querido maestro
Mullah Nassr Eddin, «iluminarte» con el conocimiento de su significación, tan estimada por
tus favoritos.
Deberás saber, ante todo, lo concerniente a ese algo cósmico ordinario materializado para
estos mismos tipos terrestres, que se concretiza casi siempre por sí mismo para todas las
unidades cósmicas y que sirve a los seres dotados de Razón Objetiva, de fuente generadora
para sopesar y comprender las explicaciones del sentido y significación de cualquier resultado
cósmico dado.
Este algo que sirve como fuente generadora para el descubrimiento de la significación de
estos tipos terrestres contemporáneos es un necio mapa llamado por ellos mismos —«claro
está que inconscientemente»— «carta total de los espacios espaciales».
No necesitamos extraer aquí ninguna otra conclusión lógica de esta fuente generadora
especialmente materializada para ellos; bastará simplemente decir que el nombre mismo de
esta carta terráquea demuestra que las designaciones en ella efectuadas no pueden ser sino
completamente relativas, puesto que con los medios a su alcance —pese a lo mucho que
rompen sus estimadas cabezas ideando nombres extraños y haciendo diversas clases de
cálculo— sólo pueden ver desde la superficie de su planeta aquellos soles y planetas que para
su suerte no cambian demasiado rápidamente el curso de su caída con respecto al planeta
Tierra, brindándoles así la posibilidad durante un largo período —claro está que largo si se lo
compara con la extrema brevedad de la existencia terráquea— de observarlos y de, como
dicen con gran orgullo, «establecer sus posiciones».
En todo caso, querido nieto, por infructíferas que sean las actividades de estos representantes
contemporáneos de la ciencia terráquea, te ruego que no te molestes con ellos. Si sus trabajos
ningún beneficio acarrean a tus favoritos, por lo menos tampoco los perjudican en exceso.
Al fin y al cabo deben ocuparse en algo.
Por algo usan anteojos de origen germano y camisas especiales cosidas en Inglaterra.
¡Déjalos! ¡Déjalos que se ocupen con esto! ¡Dios los bendiga!
De otro modo, al igual que la mayoría de los pillastres que allí se encuentran ocupados, como
ellos dicen, «en cuestiones superiores», habrían de atarearse, por puro aburrimiento, en la «la
lucha de cinco contra uno».
Y es bien sabido de todos que los seres que se ocupan en esa cuestión irradian siempre de sí
mismos ciertas vibraciones sumamente perjudiciales para los semejantes que los rodean.
Pero basta ya. Dejemos a estos «titilantes» contemporáneos en paz y prosigamos con nuestro
interrumpido relato.
En vista del hecho, querido nieto, de que la capacidad consciente así expresada en la creación
de esta construcción sin paralelo, antes o después de esta época, de la cual yo mismo fui
testigo presencial, ...

SEPTIMA PARTE


...
testigo presencial, no fue sino el resultado de las conquistas alcanzadas por aquellos seres
pertenecientes a la instruida sociedad de Akhaldan, constituida en el continente de Atlántida
antes de la segunda gran catástrofe terrestre, creo que será conveniente, antes de continuar
explicándote nuevos detalles del mencionado observatorio, así como de otros edificios
levantados en torna para el bienestar de la vida eseral de la comunidad, decirte, aunque no sea
más que brevemente, algo acerca de la historia del surgimiento de esta tan venerable e
instruida sociedad, compuesta por seres tricerebrados ordinarios en el entonces floreciente
continente de Atlántida.
Es un imperativo ineludible ponerte al tanto de esto, porque en el curso de mis posteriores
explicaciones relativas a estos seres tricerebrados del planeta Tierra que tanto han despertado
tu curiosidad, habré de referirme, con toda seguridad, más de una vez a esta sociedad de
sabios.
También debo narrarte algo acerca de la historia del nacimiento y funcionamiento de esta
sociedad en el continente de Atlántida, a fin de que sepas que si los seres tricerebrados de tu
planeta favorito —gracias a sus deberes eserales de Partkdolg, es decir, gracias a sus trabajos
conscientes y sufrimientos voluntarios— llegan a alcanzar algo alguna vez, no sólo lo utilizan
para bien de su propio Ser, sino que también cierta parte de estas conquistas se transmite por
herencia, al igual que en nosotros, convirtiéndose en propiedad de sus descendientes directos.
Puede percibirse este resultado conforme a las leyes naturales en el hecho de que, si bien al
fin de la existencia del continente de la Atlántida ya habían comenzado a establecerse ciertas
condiciones anómalas de vida ordinaria de los seres que nos ocupan, y de que después de la
segunda gran catástrofe se dañaron en tal medida que muy pronto se «resquebrajaron», al
punto de verse finalmente imposibilitados para manifestar las cualidades propias de las
presencias de seres tricerebrados, no obstante, repito, sus conquistas del conocimiento fueron
legadas en herencia, al menos parcialmente, si bien de forma mecánica, a sus lejanos
descendientes directos.
Debo decirte, ante todo, que me enteré de esta historia gracias a lo que se conoce con el
nombre de Teleoghinooras, entes situados en la atmósfera del planeta Tierra.
Probablemente, no habrás de saber todavía exactamente en qué consiste una Teleoghinoora;
pues bien, trata ahora de transubstanciar en las partes correspondientes de tu presencia común
la información correspondiente a esta materialización cósmica.
Una Teleoghinoora es una idea materializada o pensada que existe, después de su nacimiento,
casi eternamente en la atmósfera del planeta en que surge.
Las Teleoghinooras pueden tener su origen en aquella cualidad de la contemplación eseral que
poseen y pueden llegar a materializar sólo aquellos seres tricerebrados que han recubierto en
sus presencias sus cuerpos eserales superiores y que han llevado el perfeccionamiento de la
Razón de la parte superior del ser hasta el grado del sagrado «Martfotai».
Y las distintas series de ideas eserales así materializadas, referentes a un hecho dado, se
conocen con el nombre de cintas Korkaptilnianas del pensamiento.
Al parecer, estas «cintas korkaptilnianas del pensamiento» relativas a la historia del origen de
la erudita sociedad de Akhaldan fueron fijadas deliberadamente, como descubrí mucho más
tarde, por cierto «Individuo Eterno» llamado Asoochilon, actualmente santo, que se recubrió
con la presencia común de un ser tricerebrado llamado Tetetos, que habitó en tu planeta
favorito, en el continente de Atlántida, y que vivió durante cuatro siglos antes de la segunda
gran «perturbación transapalniana».
Estas películas korkaptilnianas del pensamiento son indestructibles, duran tanto como el
planeta y no se hallan sujetas a ninguna de las transformaciones provenientes de causa alguna
a las cuales se encuentran sujetas todas las demás substancias y cristalizaciones cósmicas.
Y por mucho tiempo que haya transcurrido desde su surgimiento, todo ser tricerebrado en
cuya presencia se haya adquirido la facultad de provocar la «contemplación korkaptilkniana»,
puede percibir y descifrar los textos de estas películas korkaptilnianas del pensamiento.
Así pues, querido niño, llegué a conocer por mí mismo todos los detalles relativos al origen de
la sociedad de Akhaldan, en parte gracias al texto de la Teleoghinoora recién mencionada, y
en parte, a numerosos datos que llegué a conocer mucho tiempo después. Es decir, en la época
en que, habiéndome interesado considerablemente por este importantísimo factor, realicé mis
minuciosas investigaciones.
Según el texto de la mencionada Teleoghinoora y de los datos que más tarde llegué a conocer,
pude establecer definitivamente, sin lugar a dudas, que esta sabia sociedad de Akhaldan,
originada en el continente de Atlántida y compuesta de seres tricerebrados del planeta Tierra,
se constituyó 735 años antes de la segunda perturbación transapalniana.
Fue fundada por iniciativa de un individuo llamado Belcultassi, quien estaba dotado con la
facultad de llevar el perfeccionamiento de la parte superior de su ser al Ser de un sacrosanto
«Individuo Eterno»; y esta parte superior del mismo, habita ahora en el santo planeta
Purgatorio.
Mi esclarecimiento de todos aquellos impulsos eserales, internos y externos, que llevaron al
mencionado Belcultassi a fundar aquella admirable sociedad de seres tricerebrados ordinarios
—sociedad que en su época fue «envidiada» en todo el Universo por su perfección—
demostró que en cierta oportunidad en que dicho santo Individuo Belcultassi se hallaba
entregado a la contemplación, según es práctica de todos los seres normales, y se encontraban
sus pensamientos, por asociación, concentrados en sí mismos, es decir, en el sentido y objeto
de su existencia, supo de pronto que el proceso del funcionamiento de todo su ser no se había
desenvuelto hasta entonces en conformidad con lo indicado por la sana lógica.
Esta inesperada comprobación lo conmovió tan profundamente que, desde entonces, se dedicó
por completo a reparar a toda costa las omisiones realizadas en su vida previa.
Ante todo, decidió alcanzar sin tardanza alguna, la «potencia» capaz de darle la fuerza
necesaria para ser totalmente sincero consigo mismo, es decir, de conquistar y dominar
aquellos impulsos que se habían vuelto habituales en el funcionamiento de su presencia
común, a raíz de las muchas asociaciones heterogéneas que en él se desarrollaban, y que
llegaban a su consciencia por toda suerte de conmociones accidentales provenientes del
exterior y generadas también dentro de sí mismo, es decir, los impulsos del «amor propio»,
del «orgullo», de la «vanidad», etc., etc.
Y cuando después de increíbles esfuerzos «orgánicos» y «psíquicos», según se llaman, logró
su objetivo, comenzó, sin consideración alguna hacia estos impulsos eserales que se habían
vuelto ya inherentes a su presencia, a pensar y recordar qué impulsos eserales habían hecho
presa de su presencia durante el período previo a todo esto, en qué ocasiones habían surgido y
la forma en que, consciente o inconscientemente, había reaccionado ante ellos.
Sometiéndose así a este autoanálisis, comenzó a recordar qué impulsos habían provocado
determinadas reacciones en sus partes independientemente espiritualizadas, es decir, en su
cuerpo, sus sentimientos y sus pensamientos, así también como el estado de su esencia
durante las reacciones más o menos intensas a determinados impulsos y la forma y el
momento en que, como resultado de estas reacciones, había manifestado la posesión
consciente de su «yo», o había actuado automáticamente, siguiendo tan sólo la guía del
instinto.
Y fue precisamente entonces cuando el portador del que más tarde habría de ser