RELATOS DE BELCEBÚ A SU NIETO
LIBRO PRIMERO CAPÍTULO 15
GEORGE I. GURDJIEFF
TRADUCCIÓN DE VIDEOS AL ESPAÑOL
PRIMERA PARTE
Capítulo 15
El primer descenso de Belcebú sobre el planeta Tierra
—Descendí sobre el planeta Tierra —comenzó a narrar Belcebú—, la primera vez, por causa
de un joven perteneciente a nuestra tribu que había tenido la desgracia de vincularse
profundamente con un ser tricerebrado de aquellas comarcas, lo cual había tenido como
consecuencia el que se viera finalmente mezclado en un enredo sumamente estúpido.
Sucedió una vez que vino a mi casa del planeta Marte, cierto número de seres pertenecientes a
nuestra tribu, también radicados en Marte, para formularme la siguiente solicitud:
Según se me informó, uno de sus jóvenes parientes había emigrado, trescientos cincuenta años
marcianos antes, al planeta Tierra para instalarse en éste, y acababa de sucederle allí un
incidente sumamente desagradable para todos sus allegados.
Asimismo me dijeron:
«Nosotros, sus familiares, tanto los que vivimos en el planeta Tierra como los que habitamos
el planeta Marte, tratamos en un primer momento de afrontar tan desagradable incidente por
nuestra cuenta, con nuestros propios recursos. Pero pese a todos nuestros esfuerzos y a las
medidas que tomamos, no hemos podido solucionar el problema.
Convencidos ahora, finalmente, de que no somos capaces de solucionar este desagradable
enredo por nuestra propia cuenta, nos hemos atrevido a molestaros, ¡Oh, Recta Reverencia!, y
a rogaros vehementemente que tengáis la bondad de no privarnos de vuestro sabio consejo a
fin de que podamos hallar una salida adecuada a esta desgraciada situación.»
Pasaron entonces a informarme con detalle en qué consistía tal infortunio.
De todo cuanto me contaron pude deducir que el incidente no sólo era desagradable para la
parentela del joven, sino que también podría resultar inconveniente para todos los seres de
nuestra tribu.
De modo que no vacilé en hacerme cargo inmediatamente de la tarea de solucionar el
problema que así me habían planteado.
Al principio, traté de ayudarlos desde mi residencia en Marte pero cuando me convencí de
que sería imposible hacer nada efectivo desde aquel planeta, me decidí a descender al planeta
Tierra para buscar allí, en el mismo lugar del hecho, la posible solución. Al día siguiente de
esta decisión, me procuré las cosas más necesarias que tenía a mi alcance y emprendí el viaje
en la nave Ocasión.
Recordarás que esta nave Ocasión no era sino aquella en que habían sido trasladados todos los
seres de nuestra tribu a aquel sistema solar y que, como ya te dije antes, había sido dejada allí
para el uso particular de los miembros de nuestra tribu en sus viajes interplanetarios.
El puerto permanente de esta nave se hallaba en el planeta Marte y su comando supremo me
había sido confiado desde lo Alto.
De este modo, fue en esta nave Ocasión en la que realicé mi primer descenso al planeta
Tierra.
En esta mi primera visita, la nave aterrizó precisamente en las costas de aquel continente que
durante la segunda catástrofe sufrida por aquel planeta desapareció por completo de su
superficie.
Este continente era conocido por el nombre de «Atlántida» y la mayoría de los seres
tricerebrados, así como la mayoría de los miembros de nuestra tribu que habitaban aquel
planeta, residían en este continente.
Apenas hube descendido, me dirigí directamente de la nave Ocasión a la ciudad de
«Sandios», situada en aquel continente, donde residía el infortunado miembro de nuestra tribu
que había motivado mi descenso.
Samlios era por entonces una ciudad muy grande; era la capital de la mayor comunidad del
planeta Tierra.
También residía en esta ciudad el jefe del país, llamado «Rey Appolis».
Y era precisamente con este rey Appolis con quien nuestro joven e inexperto compatriota se
había enredado.
Y fue también en esta ciudad de «Samlios» donde conocí todos los detalles del asunto.
Supe así, por ejemplo, que con anterioridad al incidente nuestro desgraciado compatriota se
había hallado por una u otra razón en excelentes términos con el rey «Appolis», haciéndole
frecuentes visitas en su casa.
Según trascendió más tarde, nuestro joven compatriota efectuó, en el curso de una
conversación, durante una visita a casa del rey Appolis, una «apuesta» que fue la causa
original de todo cuanto sucedería más tarde.
Sabrás, ante todo, que tanto la comunidad cuyo jefe era el rey Appolis, como la ciudad de
Samlios donde éste residía, eran entonces las más grandes y ricas de todas las comunidades y
poblaciones existentes en la Tierra.
Para la conservación de toda esta riqueza y esplendor, el rey Appolis necesitaba grandes
cantidades de lo que se conocía con el nombre de «dinero», además de gran cantidad de
trabajo por parte de los seres ordinarios que integraban la comunidad.
Es necesario precisar aquí que, en el tiempo de mi primer descenso personal a aquel planeta,
el órgano Kundabuffer ya no formaba parte del organismo de estos seres que tanto te han
interesado.
Y sólo en una reducida parte de los seres tricerebrados que allí habitaban, habían empezado
ya a cristalizar diversas consecuencias de las propiedades de aquel órgano, para ellos
maléfico.
En la época en que se desarrolló la historia que te estoy contando, una de las consecuencias de
las propiedades de este órgano que ya se habían cristalizado cabalmente en cierto número de
terráqueos, era la de aquella propiedad que, mientras el órgano Kundabuffer funcionaba
todavía en ellos, les había permitido con suma facilidad y sin ningún remordimiento de
conciencia no realizar voluntariamente ninguna de las obligaciones a ellos encomendadas u
ordenadas por un superior. En su lugar, los deberes eran cumplidos solamente por temor a las
«amenazas» y a posibles «castigos» exteriores.
Y fue precisamente en esta misma consecuencia de aquella propiedad ya cristalizada
cabalmente en algunos de los seres que por entonces habitaban la Tierra, donde residió la
causa de todo el incidente.
De modo pues, querido nieto, que así sucedieron las cosas. El rey Appolis, que se había
mostrado en extremo consciente con respecto a las obligaciones que sobre sí había tomado
para la conservación de la grandeza de la comunidad a él confiada, no había escatimado ni
esfuerzos ni bienes en la tarea y, por consiguiente, exigió otro tanto por parte de todos los
demás miembros de la comunidad.
Pero sucedió, como ya te he dicho, que habiendo ya cristalizado cabalmente las mencionadas
consecuencias del órgano Kundabuffer en cierta parte de sus súbditos, el rey Appolis tuvo que
emplear toda suerte de «amenazas» a fin de conseguir de cada uno lo que se necesitaba para
forjar la grandeza de la comunidad confiada a su dirección.
Tan variados eran sus métodos y al mismo tiempo, tan razonables, que incluso aquellos «seres
súbditos» en quienes ya se habían cristalizado las mencionadas consecuencias no pudieron
evitar respetarlo, si bien le pusieron, a sus espaldas, el apodo de «Archi-astuto».
De modo pues, querido niño, que los medios de que se sirvió el rey Appolis para obtener de
sus súbditos lo necesario para el mantenimiento de la grandeza de la comunidad confiada a su
dirección, le parecieron a nuestro joven compatriota, por una u otra razón, injustos, y, según
se dice, a menudo era presa de la mayor indignación e inquietud, cada vez que se enteraba de
un nuevo recurso ideado por el rey Appolis para conseguir lo que se proponía.
Y en cierta oportunidad, mientras conversaba con el propio rey, nuestro joven e ingenuo
compatriota no pudo contenerse y le dijo en su propia cara la indignación que sus medidas le
habían provocado, manifestándole su acerba censura a lo que consideraba una conducta
«inconsciente» hacia los súbditos del rey.
El rey Appolis no sólo no se encolerizó, como suele suceder en el planeta Tierra cuando
alguien mete la nariz en lo que no le importa, sino que condescendió a discutir pacíficamente
las razones que habían influido sobre su «severa» decisión.
Así hablaron largo tiempo, siendo el resultado de toda la conversación una «apuesta», es
decir, que realizaron un acuerdo y así lo dejaron sentado en un documento, que ambos
firmaron con su propia sangre.
Entre otras cosas comprendidas en este convenio, el rey Appolis se comprometía a emplear,
de ahí en adelante, para obtener lo que consideraba necesario de sus súbditos, sólo aquellas
medidas y medios que le fuesen indicados por nuestro compatriota.
Y en el caso de que sus súbditos no lograsen contribuir en la medida en que las circunstancias
lo requerían, nuestro compatriota sería el responsable absoluto del perjuicio por ello
implicado, comprometiéndose a proporcionar al tesoro del rey Appolis todo lo necesario para
la conservación y posterior engrandecimiento de la capital y de la comunidad.
Y sucedió entonces, querido niño, que el rey Appolis cumplió, efectivamente, desde el día
siguiente, en todos sus puntos, la obligación que por el acuerdo había contraído, conduciendo
todo el gobierno del país en estricta conformidad con las instrucciones impartidas por nuestro
joven compatriota. Los frutos de semejante política, sin embargo, no tardaron en resultar
precisamente todo lo contrario de lo que nuestro simple congénere había esperado.
No sólo dejaron de pagar los súbditos de aquella comunidad —principalmente, por supuesto,
aquellos en quienes las tristes consecuencias de las propiedades del órgano Kundabuffer
habían ya cristalizado cabalmente— al tesoro del rey Appolis las sumas requeridas, sino que
incluso llegaron a arrebatar gradualmente lo que antes habían cedido.
Dado que nuestro compatriota se había comprometido a contribuir con lo que fuera necesario,
y, lo que es más, había firmado el compromiso con su sangre —y tú sabes, por supuesto, lo
que significa un compromiso voluntario, especialmente cuando ha sido firmado con la propia
sangre— debió empezar a procurar al tesoro, a la mayor brevedad, el dinero del déficit
producido.
Al comienzo, bastó con que colocara todos los bienes de su pertenencia personal, pero pronto
debió recurrir a sus más próximos allegados que habitaban en el mismo planeta. Y cuando
éstos hubieron dado todo lo que podían dar, recurrió entonces en demanda de auxilio a sus
parientes radicados en el planeta Marte.
Pero pronto también los bienes del planeta Marte se agotaron y todavía el tesoro de la ciudad
de Samlios seguía pidiendo más y más; no parecía sino que el fin se alejaba cada vez más con
cada nuevo depósito.
Fue entonces, precisamente, cuando cundió la alarma entre los allegados de este compatriota
nuestro, decidiendo de común acuerdo dirigirse a mí en demanda de ayuda para ver qué podía
hacer en aquel asunto.
Así pues, querido nieto, cuando llegamos a aquella ciudad, me salieron al encuentro todos los
miembros de nuestra tribu, jóvenes y viejos por igual, que se habían establecido en aquel
planeta.
En la noche de aquel mismo día se convocó a una asamblea general a fin de discutir la
posibilidad de encontrar alguna salida a la situación planteada.
A esta conferencia fue invitado el propio rey Appolis con quien ya nuestros mayores habían
celebrado previamente varias conversaciones sobre el mismo problema.
En esta primera asamblea general de nuestros compatriotas, el rey Appolis se dirigió a todos
nosotros de la forma siguiente:
«¡Amigos imparciales!
Personalmente, lamento profundamente lo ocurrido, así como todas las dificultades que esto
ha acarreado a quienes se hallan ahora reunidos en este lugar; y no lamento menos que se
halle completamente fuera de mis posibilidades la solución de estos problemas.
Sabréis, sin duda, prosiguió el rey Appolis, que la maquinaria del gobierno de mi comunidad,
establecida y organizada después de muchos siglos de trabajo, ha sufrido, en la actualidad,
cambios radicales. Pues bien; el retorno al viejo orden de cosas resulta ahora imposible debido
a las serias consecuencias que esto acarrearía, a saber, una irrefrenable indignación por parte
de la gran mayoría de mis súbditos.
La situación presente es tal que yo solo me siento totalmente incapaz de superar las
dificultades creadas sin provocar la ira de mis súbditos, por lo cual os pido, en el nombre de la
Justicia, que me ayudéis en esta embarazosa situación.
Más aún —agregó después—, me acuso amargamente a mí mismo, en presencia de todos
vosotros, puesto que yo también soy en gran parte culpable de los infortunios que mi
comunidad padece.
Y yo soy culpable, pues debí haber previsto lo que ocurriría, dado que viví mucho más tiempo
entre mi pueblo, conociendo a fondo sus características, que el desafiante de vuestra familia,
es decir, aquél con quien realicé el acuerdo que todos vosotros conocéis.
A decir verdad, es imperdonable que yo me haya arriesgado a aceptar semejantes condiciones
por parte de un ser que, aunque puede estar dotado de una Razón mucho más elevada que la
mía, sin embargo, no conoce tan a fondo como yo la particularidad de mi pueblo.
Una vez más os pido a todos vosotros y a vuestra Recta Reverencia, en particular, que me
perdonéis, prestándome vuestro auxilio en este pleito, permitiéndome hallar una salida a la
dificultosa situación planteada.
Dado el actual estado de cosas, no puedo hacer sino lo que vosotros me indiquéis.»
Una vez que el rey Appolis se hubo retirado, decidimos esa misma noche elegir de entre
nosotros a varios miembros maduros y de vasta experiencia para que sopesaran
conjuntamente, esa misma noche, todos los datos que obraban en nuestro poder, a fin de
elaborar un plan adecuado de acción.
El resto de la asamblea se separó entonces con la consigna de volver a reunirse la noche
siguiente en el mismo lugar; pero el rey Appolis no fue invitado a esa segunda conferencia.
Este es el informe presentado por uno de nuestros mayores que había sido elegido la noche
anterior para el estudio de los datos conocidos, referentes a la situación creada.
«Toda la noche meditamos y conferenciamos, sin descuidar un solo detalle de este lamentable
suceso, llegando unánimemente a la conclusión de que la única solución posible consistía en
la vuelta al antiguo sistema de gobierno.
Además, todos nosotros, también de forma unánime, hemos coincidido en que el retorno al
antiguo sistema de gobierno habrá de provocar inevitablemente una revuelta por parte de los
ciudadanos de la comunidad y que, por supuesto, habrá que padecer en este caso, todas las
consecuencias propias de una rebelión.
Y, claro está, como se ha hecho frecuente aquí, por otra parte, muchos de los seres llamados
'influyentes' pertenecientes a esta comunidad habrán de sufrir terriblemente, incluso
probablemente hasta su destrucción total; pero, sobre todas las cosas, nos ha parecido
imposible que el rey Appolis pudiera librarse de ese destino.
A continuación, pasamos revista de forma ordenada a todos los medios posibles de desviar
estas desdichadas consecuencias por lo menos de la persona del rey Appolis.
Y como es natural, era nuestro mayor deseo encontrar algún medio satisfactorio, dado que en
nuestra asamblea general de la noche anterior, el propio rey Appolis se manifestó de forma
sumamente franca y amistosa con nosotros, por lo cual se nos hacía más penoso cualquier
padecimiento que éste pudiera sufrir.
Tras nuevas y prolongadas deliberaciones, llegamos a la conclusión de que sería posible
salvar al rey Appolis de las funestas consecuencias de este enredo, sólo si durante la referida
rebelión se lograse que la furia de los revoltosos se dirigiese no contra el rey mismo, sino
contra quienes lo rodeaban, es decir, contra aquellos que forman lo que se conoce con el
nombre de Administración.
Pero se nos planteó entonces la pregunta —lógica por otra parte— de si aquellos que rodean
al rey habrían de aceptar de buen grado la responsabilidad de todo este asunto.
Pues bien; nosotros llegamos a la categórica conclusión de que ninguno de éstos habría de
acceder, por la consideración de que, indudablemente, era el rey el único responsable de tan
calamitosos sucesos y por lo tanto, el único que por ellos debía pagar.
Habiendo llegado pues a las referidas conclusiones, decidimos finalmente, también de forma
unánime, lo siguiente:
A fin de salvar por lo menos al rey Appolis de lo que se supone será una consecuencia
inevitable de nuestra decisión, debemos, con el consentimiento del rey, reemplazar a todos los
miembros de esta comunidad que desempeñan actualmente cargos de responsabilidad,
sustituyéndolos por miembros de nuestra tribu y cada uno de éstos, durante el apogeo de esta
«psicosis» de las masas deberá hacerse cargo de una parte de las consecuencias previstas.»
Una vez que este miembro de nuestra familia hubo así finalizado su informe, rápidamente nos
formamos una opinión al respecto.
Y, con una unánime resolución, decidimos hacer exactamente lo que nuestros mayores nos
aconsejaban.
A continuación, comenzamos por enviar a uno de nuestros miembros más ancianos ante el rey
Appolis a fin de exponerle nuestro plan de acción, con el cual aquél estuvo de acuerdo,
repitiendo una vez más su promesa de proceder en todo con arreglo a nuestras instrucciones.
A fin de no demorarnos un día más, nuestro segundo paso consistió en decidir el reemplazo
inmediato de todos los funcionarios por miembros de nuestra tribu.
Pero dos días después se comprobó que el número de miembros de nuestra tribu residentes en
el planeta Tierra no era bastante para reemplazar a todos los funcionarios de la comunidad,
por lo cual resolvimos enviar inmediatamente a la nave Ocasión al planeta Marte para traer
nuevos miembros de los que allí residían.
Entre tanto, el rey Appolis, guiado por dos de nuestros mayores, comenzó a reemplazar, con
diferentes pretextos, a diversos funcionarios, en la capital de Samlios.
Algunos días después, a la llegada de nuestra nave Ocasión procedente del planeta Marte y
portadora de los miembros marcianos de nuestra tribu, se procedió a reemplazos similares
también en las provincias y pronto la totalidad de los cargos responsables fueron desempeñados
en toda la comunidad por miembros de nuestra tribu.
Y, cuando todo hubo cambiado en ese sentido, el rey Appolis, siempre bajo la dirección de
nuestros mayores, inició la restauración del código de disposiciones anteriormente vigente
para la administración de la comunidad.
Casi desde el principio mismo de la restauración del antiguo código, comenzaron a
manifestarse los efectos previstos en la psiquis general de aquellos seres de la comunidad en
quienes las consecuencias de la referida propiedad del maléfico órgano Kundabuffer ya se
habían cristalizado cabalmente.
De esta forma, se acentuó, de día en día, el esperado descontento de las masas, hasta que por
fin, poco tiempo después, ocurrió lo que desde entonces ha sido característica distintiva de la
presencia de los seres tricerebrados que habitaron aquel malhadado planeta en todas las
épocas subsiguientes, y fue ello lo que actualmente se conoce con el nombre de «revolución».
Y durante aquella revolución también tuvieron lugar otros hechos que desde entonces se han
hecho, asimismo, característicos de los seres tricerebrados de esta parte de nuestro Gran
Universo, es decir, que destruyeron una inmensa cantidad de bienes que habían venido
acumulando durante siglos, aniquilando, incluso, gran parte del «conocimiento» que habían
alcanzado con el largo transcurrir de los siglos, perdiéndolo así para siempre, y destruyendo
también para siempre, la existencia de aquellos otros seres semejantes a ellos que habían
acertado a liberarse de las maléficas consecuencias de las propiedades del órgano
Kundabuffer.
Es en extremo interesante recalcar aquí un hecho asombroso e incomprensible.
Y es éste que durante las últimas revoluciones de este tipo, casi todos los seres tricerebrados
del planeta Tierra, o por lo menos una abrumadora mayoría de los que cayeron víctimas de tal
«psicosis», han destruido por una u otra razón, la existencia de sus semejantes, así como la de
aquellos que habían logrado liberarse de las consecuencias de las propiedades de aquel
maléfico órgano Kundabuffer que, para infortunio de los terráqueos, poseyeron sus
antecesores.
Así pues, querido niño, mientras seguía su curso el proceso de esa revolución, el rey Appolis
trasladó su residencia a uno de los palacios suburbanos que poseía en la ciudad de Samlios.
A nadie se le ocurrió atentar contra el rey, dado que nuestros miembros habían conseguido,
por medio de su ingeniosa propaganda, que toda la culpa de los desastres recayese no sobre el
rey Appolis sino sobre quienes lo rodeaban, es decir, sobre su administración.
Además, incluso los seres que cayeron víctimas de la mencionada psicosis se «apiadaron» de
su rey, afirmando que éste (su «pobre rey») se había rodeado de súbditos tan inconscientes e
ingratos que tan sólo por culpa de ellos se habían producido todas las calamidades que los
asolaban.
Cuando el encono revolucionario se hubo disipado por completo, el rey Appolis volvió a la
ciudad de Samlios, donde nuevamente con la ayuda de nuestros mayores, comenzó
gradualmente a reemplazar a nuestros compatriotas por los antiguos funcionarios que todavía
vivían, o bien por otros nuevos de su absoluta confianza.
Y cuando la vieja política del rey Appolis para con los súbditos se hubo restablecido
nuevamente, los ciudadanos de la comunidad comenzaron a aportar una vez más sus bienes
para el enriquecimiento del tesoro y bajo la dirección de su rey, los asuntos de la comunidad
marcharon otra vez al magnífico ritmo anterior.
En cuanto a nuestro inocente y desafortunado compatriota, que había sido la causa de todo
aquello, el episodio le resultó tan doloroso que ya no quiso permanecer más en aquel planeta,
para él tan nefasto, por lo que regresó al planeta Marte donde posteriormente llegó a ser un
excelente jefe de todos los seres de su tribu.
FIN DE CAPITULO 15 DEL LIBRO PRIMERO