LIBRO PRIMERO CAPITULO 19


Relato de Belcebú sobre su segunda 
visita al Planeta Tierra
Belcebú comenzó su narración de la forma siguiente:

—Descendí al planeta Tierra por segunda vez, sólo once siglos terráqueos después de mi
primera visita.
Poco tiempo después de mi primer descenso sobre la superficie de aquel planeta, tuvo lugar la
segunda grave catástrofe que debieron sufrir tus favoritos; pero esta catástrofe fue de carácter
local y no amenazó con acarrear un desastre de magnitud cósmica.
Durante esta segunda calamidad sufrida por este planeta, el continente de Atlántida, que había
sido el más grande de todos y el lugar principal de residencia de los seres tricerebrados del
planeta durante la época de mi primer descenso, se sumergió junto con otras vastas áreas de
tierra firme, en el seno del planeta, arrastrando consigo todos los seres tricerebrados que lo
habitaban, así como casi todas las obras que habían realizado durante el transcurso de varios
siglos.
En su lugar, emergieron desde el seno del planeta otras tierras firmes que formaron nuevos
continentes e islas, la mayoría de los cuales existen todavía en la actualidad.
Era precisamente en dicho continente de Atlántida donde se hallaba la ciudad de Sandios, en
la cual, como recordarás, vivió en otra época aquel joven compatriota nuestro que fue la causa
de mi primer, «descenso personal» sobre el planeta.
Durante el mencionado segundo gran desastre sobrevivieron muchos de los seres
tricerebrados que han despertado tu interés, gracias a múltiples y diversos hechos; y de ellos
descienden las ahora excesivamente numerosas generaciones humanas.
En la época de mi segundo descenso personal ya se habían multiplicado de tal forma, que
hasta las áreas de tierra firme recién emergidas del seno del planeta comenzaban a poblarse.
En cuanto a la cuestión de las causas que motivaron esta excesiva multiplicación terráquea, ya
la comprenderás a su tiempo cuando me detenga a analizar este punto.
También advertirás, según creo, en lo que a esta catástrofe terrestre se refiere, cierto aspecto
relativo a los seres tricerebrados de nuestra propia tribu; me refiero a la razón por la cual
nuestros congéneres que habitaban el planeta durante dicha catástrofe pudieron escapar de
aquel inevitable «fin apocalíptico».
Se salvaron gracias a las siguientes razones:
Te dije una vez, en el curso de nuestras conversaciones anteriores, que la mayoría de los
miembros de nuestra tribu que habían elegido el planeta de tu predilección como lugar de
residencia, ocupaban, al tiempo de mi primer descenso, el continente de la Atlántida.
Parece ser que un año antes de dicha catástrofe nuestra llamada «Pitonisa de la tribu» nos
profetizó que debíamos abandonar el continente de la Atlántida y emigrar a otro más pequeño
no muy distante de aquél, donde deberíamos residir durante el tiempo que ella nos indicara.
Este pequeño continente tenía entonces el nombre de «Grabontzi» y, tal como la pitonisa lo
previera, escapó del terrible desastre que devastó a todas las demás partes de aquel
desafortunado planeta.
Como consecuencia de dicha catástrofe, este pequeño continente de «Grabontzi» —que existe
todavía con el nombre de «África»— se hizo mucho más grande, debido a que al mismo se
sumaron otras áreas de tierra firme que emergieron de las aguas vecinas.
De modo, querido nieto, que la pitonisa de la tribu pudo prevenir a nuestros congéneres que
habían estado obligados a residir en aquel planeta, salvándolos así de un triste fin, gracias tan
sólo a una propiedad especial eseral que, dicho sea de paso, sólo puede ser adquirida por los
seres intencionalmente, por medio de lo que llamamos los deberes eserales de Partkdolg,
acerca de los cuales habré de hablarte más adelante.
Descendí personalmente sobre la superficie del planeta esta segunda vez, por razones
derivadas de los siguientes hechos.
En cierta ocasión, hallándome en el planeta Marte, recibí un «heterograma» del centro del
Universo anunciando la reaparición inminente en el planeta Marte de ciertos Altísimos
Individuos Sagrados y, en efecto, poco más de medio año marciano después nos visitaron
gran número de Arcángeles, Ángeles, Querubines y Serafines que, en su mayoría, habían
integrado la Altísima Comisión que ya antes había visitado el planeta Marte durante la
primera catástrofe que asoló al planeta Tierra.
Entre estos Altísimos Individuos Sagrados se hallaba, también en esta oportunidad. Su
Conformidad el Ángel —actualmente Arcángel— Looisos, de quien, como recordarás, no
hace mucho que te hablé cuando me referí a la primera gran catástrofe que se abatió sobre la
Tierra, durante la cual fue uno de los que desarrolló una mayor actividad para desviar las
funestas consecuencias de esta desgracia cósmica general.
Al día siguiente de esta segunda visita de los Individuos Sagrados, Su Conformidad, escoltado
por uno de los serafines, su asistente segundo, hizo Su aparición en mi casa.
Después de las consabidas ceremonias y después de haberle formulado yo algunas preguntas
relativas al gran Centro, Su Conformidad se dignó decirme, entre otras cosas, que después del
choque del cometa Kondoor con el planeta Tierra, él y otros Individuos Cósmicos
responsables, a cargo de la supervisión de las cuestiones relativas a la «Armoniosa Existencia
Universal» habían efectuado frecuentes descensos en este sistema solar a fin de observar el
cumplimiento de las medidas que habían tomado para contrarrestar las consecuencias de aquel
accidente cósmico general.
«Y descendimos», siguió diciendo Su Conformidad, «porque si bien habíamos tomado todas
las medidas posibles para evitar un desastre y habíamos asegurado a todos que nada malo
habría de suceder, personalmente no nos hallábamos del todo convencidos de que no pudiera
ocurrir algo imprevisto.»
«Y en efecto, nuestras aprensiones se vieron justificadas, si bien, 'gracias a la casualidad', no
de forma grave, es decir, no a gran escala, sino que esta nueva catástrofe sólo afectó al planeta
Tierra.
«Este segundo desastre», continuó diciendo Su Conformidad, «ocurrió por los motivos
siguientes:»
«Cuando, con ocasión del primer desastre, se desprendieron dos considerables fragmentos de
este planeta, por ciertas razones, lo que llamamos el 'centro de gravedad' de su presencia total
no tuvo tiempo suficiente para desplazarse inmediatamente al nuevo punto correspondiente,
con el resultado de que hasta la siguiente segunda catástrofe, ese planeta mantuvo su 'centro
de gravedad' en una posición inadecuada, debido a la cual su movimiento, durante ese tiempo,
no fue 'proporcionalmente armonioso', debiendo sufrir a menudo, tanto en su interior como en
su superficie, diversas conmociones y considerables desplazamientos.»
«Pero fue sólo recientemente, con motivo del desplazamiento final del centro de gravedad a
su centro verdadero, cuando tuvo lugar la segunda catástrofe mencionada.»
«Pero ahora», agregó Su Conformidad con una especie de autosatisfacción, «la existencia de
este planeta será perfectamente normal con respecto a la armonía cósmica común.»
«Después de esta segunda catástrofe el planeta Tierra ha recobrado finalmente su tranquilidad
y nosotros somos de la opinión que ya no puede sobrevenir ningún desastre a gran escala en el
futuro.»
«No sólo ha adquirido este planeta nuevamente un movimiento normal en el equilibrio
cósmico general, sino que además sus dos fragmentos separados» —que, como ya te he dicho,
se llaman ahora Luna y Anoolios—, «han adquirido un movimiento normal convirtiéndose,
pese a lo pequeño de sus dimensiones, en 'Kofensharnianos' independientes esto es, en
planetas adicionales al sistema solar de Ors.»
Después de discurrir unos instantes. Su Conformidad volvió a dirigirme la palabra:
«Vuestra Reverencia: me he presentado a vos nada más que con el fin de conversar sobre el
futuro bienestar del fragmento mayor, de aquel planeta que conocemos actualmente por el
nombre de Luna.»
«Este fragmento», continuó diciendo Su Conformidad, «no sólo se ha convertido en un
planeta independiente, sino que ya ha comenzado a desarrollarse en el mismo el proceso de la
formación de una atmósfera, necesaria para un planeta e indispensable para la materialización
del Altísimo Trogoautoegócrata Cósmico Común.»
«Ahora bien, Vuestra Reverencia, el proceso normal de formación de dicha atmósfera en este
pequeño e imprevisto planeta, se ve dificultado por una indeseable circunstancia motivada por
los seres tricerebrados que habitan el planeta Tierra.»

«Y es precisamente con respecto a este asunto que he decidido recurrir a vos, Vuestra
Reverencia, para solicitaros que aceptéis emprender en el Nombre del CREADOR
UNIEXISTENTE, la tarea de tratar de evitarnos la necesidad de recurrir a algún proceso
sagrado extremo, inconveniente para seres tricentrados, eliminando este indeseable fenómeno
por algún método ordinario mediante la 'Razón Eseral' que poseen en sus presencias.»
En las aclaraciones más detalladas que entonces siguieron, Su Conformidad me explicó, entre
otras cosas, que después de la segunda catástrofe padecida por la Tierra, los bípedos
tricerebrados que por casualidad habían sobrevivido, habían vuelto a multiplicarse una vez
más; que ahora, todo el proceso de su existencia se había concentrado en otro gran continente,
recientemente formado, de nombre «Ashhark»; que tres amplios grupos independientes
acababan de constituirse en dicho territorio, habitando el primero de ellos la zona de
«Tikliamish», el segundo, el lugar conocido con el nombre de Maralpleicie, y el tercero, en el
área que existe todavía, conocida con el nombre de Perlandia; y que en la psiquis general de
los individuos pertenecientes a los tres grupos, se habían formado ciertos Havatvernonis
peculiares, esto es, ciertos impulsos psíquicos, habiendo sido designada por los terráqueos la
totalidad de estos impulsos cósmicos comunes con el nombre de Religión.
«Si bien estas Havatvernonis o religiones nada poseen en común», continuó diciendo Su
Conformidad, existe no obstante, en estos credos peculiares, una misma costumbre
ampliamente difundida entre los miembros de las tres sectas, que recibe el nombre de
'Sacrificios ofrendados a la divinidad.'»
«Y esta costumbre se basa en el concepto —susceptible de ser conocido tan sólo por la
extraña Razón terráquea— de que si destruyen la existencia de ciertos seres pertenecientes a
otras formas vitales en honor de sus dioses e ídolos, esos dioses imaginarios e ídolos aceptan
las ofrendas sumamente complacidos, ayudándolos indefectiblemente en consecuencia, en la
materialización de todos sus fantásticos sueños.»
«Esta costumbre se halla tan dirundida en la actualidad y la destrucción de la existencia de los
seres de formas distintas de la humana, con este maléfico propósito, ha alcanzado tal
magnitud, que existe ya un excedente del Askokin sagrado que los fragmentos que
inicialmente pertenecieron a la Tierra necesitan de ésta, es decir, un excedente de aquellas
vibraciones que se producen durante el sagrado proceso del Rascooarno de los seres de todas
las formas exteriores existentes que
habitan el planeta Tierra.»
«Para la formación normal de la atmósfera del planeta Luna recientemente originado, este
excedente del Askokin sagrado ya ha comenzado a perturbar seriamente el intercambio
correcto de sustancias entre el planeta Luna y su atmósfera y ha cundido el temor de que su
atmósfera pueda formarse, en consecuencia, incorrectamente, convirtiéndose más tarde en un
inconveniente para el desarrollo armonioso de todo el sistema de Ors, dando lugar
nuevamente al surgimiento de factores capaces de provocar una catástrofe de gran magnitud
cósmica.»
«De modo que, Vuestra Reverencia, lo que ahora os solicito, es, como ya os he dicho, que
aceptéis emprender la tarea de descender especialmente al planeta Tierra, ya que tenéis el
hábito de visitar frecuentemente los diversos planetas que integran este sistema solar y os
halláis familiarizado con los mismos, y de que tratéis, una vez en aquel punto, de inculcar en
la consciencia de estos extraños seres tricerebrados alguna idea sobre lo insensato de su
conducta».
Después de decir unas pocas palabras más. Su Conformidad emprendió el ascenso y cuando
ya se hallaba a gran altura, agregó con voz tonante: «Con esto, Vuestra Reverencia, habréis de
prestar un valiosísimo servicio a nuestra ETERNIDAD UNIEXISTENTE TODO
ABARCANTE.»
Una vez que estos Sagrados Individuos hubieron dejado el planeta Marte, decidí ejecutar la
referida tarea a toda costa, y mostrarme digno, si no por otra cosa, por esta explícita ayuda a
nuestra ETERNIDAD ÚNICA PORTADORA DE CARGAS, de convertirme en una
partícula, si bien independiente, de todo cuanto existe en el Gran Universo.
De modo pues, querido niño, que, imbuido de esta idea, emprendí el vuelo al día siguiente,
por segunda vez, hacia el planeta Tierra, también en esta oportunidad a bordo de la nave
Ocasión.
Esta vez la nave descendió sobre el mar que acababa de formarse como resultado de la
perturbación provocada por el segundo gran desastre que asoló a tu planeta favorito, y que era
llamado por aquel período del flujo cronológico, con el nombre de Kolhidius.
Este mar se hallaba situado al noroeste del gran continente —recién formado— de Ashhark,
que ya era por entonces el centro principal de la existencia de los tricerebrados terráqueos.
Las demás costas de este mar estaban formadas por las nuevas tierras que al emerger del seno
del océano se habían unido al continente de Ashhark; el conjunto había sido llamado en un
principio, «Frianktzanarali» y poco más tarde, «Kolhidishissi».
Debo hacerte notar que tanto este mar como las tierras mencionadas existen todavía, pero
claro está que con otros nombres; el continente de Ashhark, por ejemplo, actualmente se
llama «Asia»; el mar de «Kolhidius», «Mar Caspio» y todo el «Frianktzanarali» se conoce
hoy día con el nombre de «Cáucaso».
El Ocasión descendió sobre este mar «Kolhidius» o «Caspio» debido a que éste era el más
apropiado para anclar la nave y también como base de futuros viajes.
Era sumamente adecuado para mis viajes posteriores debido a la proximidad de un gran río
que desembocaba en el mismo por el este;
este río irrigaba casi toda la región del «Tikliamish» y en sus riberas había sido edificada la
capital del país, la ciudad de «Koorkalai».
Dado que el principal centro terráqueo en aquellos tiempos era el país de Tikliamish, decidí
dirigirme a éste en primer término.
También debo hacerte notar aquí que, si bien este gran río, llamado entonces «Oksoseria»
existe todavía, ya no desemboca en el actual Mar Caspio debido a que por un temblor
secundario del planeta, en la mitad de su curso se desvió hacia la derecha, precipitando su
caudal de agua hacia la zona más deprimida del continente de Ashhark, donde paulatinamente
fue formando un pequeño mar que existe todavía y que se conoce con el nombre de mar de
Aral; pero el viejo lecho de la primera mitad de este largo río, llamado ahora «Amu Darya»
todavía puede verse mediante una observación atenta.
En la época de mi segundo descenso personal, el país de Tikliamish tenía fama de ser, y era
en realidad, el más rico y fértil de todas las tierras firmes dé" aquel planeta aptas para la
existencia de los seres
ordinarios.
Pero después de ocurrir la tercera gran catástrofe que asoló a aquel infortunado planeta, el
otrora fértil país fue cubierto, al igual que otras fecundas regiones, de «Kashmanoon» o, como
allí las llaman, de «arenas».
Durante mucho tiempo después de esta tercera catástrofe, el país de Tikliamish era conocido
simplemente por el nombre de «el Desierto» y en la actualidad existen diversos nombres para
sus diferentes partes; su antigua parte principal se llama «karakoon», es decir
«Arenas Negras».
Durante estas épocas el segundo grupo de seres tricerebrados, también completamente
independiente, vivía, al igual que el primero, en el mismo continente de Ashhark, en la región
conocida entonces con el nombre de País del Maralpleicie.
Tiempo después, cuando este segundo grupo comenzó a tener su propio centro eseral en la
llamada Ciudad de Gob, todo el país terminó por llamarse, durante largo tiempo,
«Goblandia».
Al igual que la primera, también esta localización fue más tarde cubierta por las Kashmanoon
y en la actualidad la antigua parte principal del otrora floreciente país se llama simplemente
«Desierto de Gobi».
Y en cuanto al tercer grupo de seres tricerebrados que por entonces habitaban el planeta
Tierra, éste —también completamente independiente— residía en la parte sudoriental del
continente de Ashhark, frente al país de Tikliamish, justamente al otro lado de aquellas
proyecciones anómalas del continente de Ashhark que se formaron también durante la
segunda perturbación sufrida por tu infortunado planeta.
Esta región habitada por el tercer grupo de terráqueos se llamaba entonces, como ya te he
dicho, «Perlandia».
Más adelante también cambió el nombre de esta zona y no una, sino muchas veces; en la
actualidad, toda esa zona de tierra firme se conoce con el nombre de «Indostán o India».

Es imprescindible que te haga notar que por esa época, es decir, durante mi segundo descenso
personal sobre la superficie del planeta Tierra, ya se hallaba presente y completamente
cristalizado en todos estos seres tricerebrados (que han llamado tu atención) pertenecientes a
los tres grupos independientes ya mencionados, en lugar de aquella función conocida con el
nombre de «el indispensable impulso hacia el autoperfeccionamiento», que debiera existir en
todos los seres tricerebrados, cierto «impulso», también «indispensable» pero sumamente
extraño, a hacer que todos los demás seres del planeta llamaran y consideraran al propio país
como el «Centro Cultural del mundo entero.
Este curioso «Impulso» se hallaba presente por entonces en todos los seres tricentrados,
constituyendo para cada uno de ellos, por así decirlo, el principal sentido y la meta primordial
de su existencia. Como consecuencia natural, eran frecuentes entonces las enconadas luchas
entre estos tres grupos independientes, tanto en el terreno material como en el psíquico,
tendentes a alcanzar dicha meta. Pues verás lo que sucedió.
Partimos entonces del mar Kolhidius, o como se le llama ahora, el mar Caspio, en
«Selchens», es decir, balsas especiales, remontando el río Oksoseria o, como se llama
actualmente, el Amu Darya. Navegamos durante quince días terráqueos llegando finalmente a
la capital de los seres que formaban el primer grupo asiático.
Después de nuestra llegada y de haber escogido un lugar para nuestra residencia permanente
en la zona, empecé por visitar los «Kaltaani» de la ciudad de Koorkalai, es decir, aquellos
establecimientos que se llamaron más tarde en el continente de Ashhark, «Ashana»,
«Caravanseray», etc., y que los terráqueos contemporáneos, especialmente los habitantes del
continente de Europa llaman «Cafés», «Restaurantes», «Clubes», «Dancings», «Centros
sociales», etc.
Empecé por visitar estos establecimientos terrestres porque es allí, tanto en la actualidad como
en cualquier otra época, donde mejor se puede observar y estudiar la psiquis específica y
peculiar de los seres de una región determinada, y esto era precisamente lo que me proponía,
es decir, indagar a fondo en la naturaleza íntima de estos seres, qué era lo que los impulsaba a
la realización de sacrificios, a fin de poder trazarme un plan de acción para extirpar esa
inconveniente costumbre y cumplir así con el cometido que se me había asignado.
En mis visitas a los Kaltaani de la región acerté a encontrar toda clase de seres y entre ellos
uno en particular que me llamó poderosamente la atención.
Este ser tricerebrado con quien me encontré varias veces ejercía la profesión de «sacerdote» y
respondía al nombre de «Abdil».
Como casi todas mis actividades personales, querido nieto, durante este segundo descenso al
planeta Tierra, se hallaron vinculadas con las circunstancias exteriores inherentes a este
sacerdote Abdil, y como acertó a suceder que tuve en ésta mi visita al planeta Tierra toda
suerte de dificultades por su causa, me detendré a contarte más o menos detalladamente
acerca de este ser tricerebrado del que te estoy hablando; además, podrás entender, al mismo
tiempo, gracias a lo que yo te cuente, los resultados que entonces logré con el fin de extirpar
de raíz del extraño psiquismo de tus favoritos la necesidad de destruir la existencia de los
seres de otras formas a fin de «complacer» y «aplacar» a sus dioses e ídolos.
Si bien este terráqueo —que más tarde había de convertirse para mí en un ser tan querido
como los de mi propia familia— no era un sacerdote del rango más elevado, se hallaba bien
versado, sin embargo, en todos los detalles de la enseñanza y de la práctica de la religión
entonces prevaleciente en todo el distrito de Tikliamish; conocía asimismo, este individuo, la
psiquis de los fieles de este credo y en especial, claro está, la de los seres pertenecientes a su
«congregación», según se llaman estas agrupaciones.
Muy pronto nos hallábamos en muy buenos términos y entonces pude descubrir que en el Ser
de este sacerdote Abdil —debido a diversas circunstancias externas entre las cuales se contaba
la herencia, así como las condiciones en que había sido preparado para asumir su existencia
responsable— la función denominada «consciencia», que debiera hallarse presente en todos
los seres tricentrados, no se había atrofiado todavía por completo, de modo que una vez que
hubo conocido con su Razón ciertas verdades cósmicas que yo le expliqué, adquirió
inmediatamente en su presencia, hacia los seres que lo rodeaban semejantes a él mismo, casi
una actitud igual a la normal entre todos los seres tricerebrados del Universo que no se han
desviado del destino señalado, es decir, se convirtió en un ser «piadoso» y «sensible» para con
los que lo rodeaban.
Antes de seguir hablándote de este sacerdote Abdil, debo aclararte que esta terrible costumbre
de los sacrificios estaba pasando por entonces, en el continente de Ashhark, por su punto
culminante y era incalculable la destrucción de los más diversos seres uni y bicerebrados
indefensos que tenía lugar diariamente.
En esa época, si un individuo cualquiera tenía oportunidad de dirigirse a uno u otro de sus
imaginarios dioses o fantásticos «santos», les prometía invariablemente que, en caso de que
sus deseos se vieran cumplidos, habría de destruir en su honor la existencia de uno u otro ser,
o de varios a un tiempo, y, si por casualidad la fortuna le sonreía, cumplía su promesa con la
mayor reverencia, sin detenerse a pensar en el daño que hacía a los otros seres, preocupado
tan sólo por ganarse el favor de su patrono imaginario.
Con ese mismo fin, estos favoritos tuyos comenzaron a dividir los seres de todas las demás
formas en «puros» e «impuros».
Llamaban impuros a aquellas formas eserales cuya destrucción se presumía que no debía
resultar agradable a los dioses, y «puros» a aquellos cuyo sacrificio era, probablemente, en
extremo agradable a sus diversos ídolos imaginarios.
Estos sacrificios no sólo eran llevados a cabo en las casas particulares de cada individuo, sino
también en público y a veces por verdaderos grupos congregados a tal efecto.
Existían incluso, en esta época, lugares especiales para esas matanzas, situados en su mayoría
cerca de los edificios construidos en memoria de ciertas cosas o seres, principalmente de
santos, claro está que de los santos que ellos mismos habían elevado a la categoría de tales.
Existían por entonces, en el país de Tikliamish, muchos de estos lugares públicos, destinados
a llevar a cabo la destrucción de los seres con una apariencia diferente del humano.
Entre todos ellos, el más famoso era el situado en un pequeño monte desde donde cierto
taumaturgo llamado Aliman, se suponía que había ascendido cierta vez hacia «uno u otro
Cielo».
Tanto en aquel lugar como en otros similares, especialmente hacia ciertas épocas precisas del
año, destruían innumerable cantidad de seres llamados «bueyes», «ovejas», «palomas», etc., e
incluso seres de su propia especie.
En este último caso, lo más frecuente era que los individuos más fuertes sacrificaran a los
menos fuertes; así, por ejemplo, el padre sacrificaba a su hijo, el marido a su mujer, el
hermano mayor al menor y así sucesivamente. Pero la mayoría de las víctimas sacrificadas
eran «esclavos» que entonces, al igual que ahora, eran «cautivos», es decir, miembros
pertenecientes a una comunidad conquistada, quienes, de acuerdo con la ley de lo que se
llama «Solioonensius» tenían entonces —esto es, en la época en que esta necesidad de
destrucción recíproca se manifestaba más intensamente en sus presencias— un significado
menor con respecto a esta característica peculiar de los terráqueos.
La costumbre de «complacer a sus dioses» por medio de la destrucción de la existencia de
otros seres sigue practicándose todavía en tu planeta favorito, si bien ya no en la escala en que
estos crímenes abominables eran practicados entonces en el continente de Ashhark.
Pues bien, querido nieto, durante los primeros días de mi viaje a la ciudad de Koorkalai,
acerté a tratar diversos temas con aquel amigo mío que te mencioné antes, el sacerdote Abdil,
pero, por supuesto, nunca le hablé de aquellos puntos que podían revelar mi verdadera
naturaleza.
Al igual que la mayoría de los seres tricerebrados que habitan en tu planeta favorito con
quienes trabé relaciones en mis dos visitas, también él me tomó por un congénere, pero
considerándome sabio y entendido en la psiquis de los terráqueos.

Desde nuestros primeros encuentros, siempre que comenzábamos a hablar de otros seres
semejantes a él, me conmovía profundamente la simpatía que por ellos experimentaba. Y
cuando mi Razón me hizo comprender claramente que la función de la consciencia,
fundamental para los seres tricentrados, que le había sido transmitida a su presencia por vía
hereditaria, no se había atrofiado todavía completamente, comenzó a desarrollarse en mi
naturaleza, a partir de ese momento, y a cristalizarse como resultado normal del proceso, un
«impulso necesario realmente funcional» hacia él, semejante al que experimento hacia mis
congéneres.
Desde entonces también él, de acuerdo con la ley cósmica que afirma «de toda causa nace su
efecto correspondiente» comenzó a experimentar hacia mí un «Silnooyegordpana» o, como lo
llamarían tus favoritos, «un sentimiento de confianza hacia un semejante».
Pues bien querido nieto, tan pronto como fue comprobado esto por mi Razón, se me ocurrió la
idea de materializar mediante mi primer amigo terrestre la tarea que se me había encargado
ejecutar personalmente en esta mi segunda visita al planeta Tierra.
Comencé, en consecuencia, a encaminar deliberadamente todas nuestras conversaciones hacia
el problema de los sacrificios a los dioses.
Si bien, mi querido nieto, es mucho el tiempo transcurrido desde que hablé con este amigo
terráqueo, creo que sería capaz todavía de recordar y repetir palabra por palabra todo cuanto
en aquellas conversaciones dijimos.
Pero ahora me limitaré a recordar y repetirte solamente la que fue nuestra última conversación
y que sirvió como punto de partida a todos los hechos posteriores que, aunque pusieron a la
existencia planetaria de este amigo terráqueo un doloroso fin, pusieron sin embargo a su
alcance la posibilidad de proseguir su tarea de autoperfeccionamiento.
Esta última conversación tuvo lugar en su casa. Le expliqué en aquella ocasión con toda
franqueza la extrema estupidez y lo absurdo de esta costumbre de los sacrificios. Esto es lo
que le dije:
«Bueno».
«Tú tienes una religión, tienes una fe en algo. Es excelente tener fe en algo, cualquier cosa
que sea, aun cuando uno no sepa exactamente en quién o en qué, o cuando no pueda
representarse el significado y las posibilidades que entraña el objeto en el cual se ha
depositado esa fe. Tener fe, ya sea conscientemente o con completa inconsciencia, es
necesario y conveniente para todos los seres.»
«Y es conveniente porque sólo gracias a la fe puede aparecer en un ser dado la intensidad de
la autoconsciencia eseral que todos los seres necesitan, así como la evaluación del Ser
personal como una partícula más de Todo Cuanto Existe en el Universo.»
«¿Pero qué tiene que ver todo esto con la existencia de otro ser destruida en el altar de los
sacrificios, más aún, un ser cuya existencia destruyes en el nombre de su CREADOR?»
«Gracias a tu fuerza y astucia psíquica, es decir, a aquellos datos que te son propios y con los
cuales te ha dotado nuestro CREADOR COMÚN para el perfeccionamiento de tu Razón, te
aprovechas de la debilidad psíquica de otros seres y destruyes su existencia.»
«¿Entiendes tú, infortunada criatura, cuan criminales —en un sentido objetivo— son tus
acciones al cumplir con esta costumbre?»
«En primer lugar, al destruir la existencia de otros seres reduces por tu cuenta el número de
factores de aquella suma total de productos que son los únicos que pueden conformar las
condiciones necesarias para hacer posible el autoperfeccionamiento de los seres semejantes a
ti, y en segundo lugar, disminuyes de esa manera o destruyes completamente las esperanzas
de nuestro PADRE CREADOR COMÚN en aquellas posibilidades que te han sido dadas
como ser tricerebrado que eres y como ser en quien Él tiene depositada Su confianza, como
una posible ayuda en el futuro para Él.»
«El absurdo evidente de tan terrible acción eseral se pone por sí mismo de manifiesto si al
destruir la existencia de otros seres crees estar haciendo algo agradable para AQUÉL,
precisamente, que los ha creado deliberadamente.»
«¿Puede ser acaso que jamás se te haya ocurrido que si nuestro PADRE CREADOR COMÚN
ha creado aquella vida habrá debido hacerlo por alguna razón?»
«Piensa», seguí diciéndole, «piensa un poco, no como has estado acostumbrado a pensar
durante toda tu vida, es decir, como un 'asno Khorassaniano', sino honesta y sinceramente,
como debe pensarse, como todo ser que se llame, como tú te llamas, 'hecho a imagen y
semejanza de Dios', debe pensar.»
«Cuando DIOS te creó y creó a estos seres cuya existencia destruyes, ¿puede nuestro
CREADOR haber escrito entonces en las frentes de algunas de Sus criaturas que deberían ser
destruidas en Su honor y gloria?»
«Nadie, ni aun un idiota de las 'islas de Albión que se detuviera a pensar un instante seria y
sinceramente en ello, podría dejar de comprender su sinrazón.»
«Esto sólo puede haber sido inventado por la gente que se dice hecha 'a imagen y Semejanza
de Dios', pero no por Él, que creó a los hombres y a estos otros seres de forma distinta, a
quienes ellos destruyen, para, según se imaginan. Su placer y satisfacción.»
«Para Él no existe diferencia alguna entre la vida de los hombres y la de los seres de cualquier
otra forma.»
«El hombre es vida y también los seres de otras formas exteriores.»
«Y es una sabia previsión de Su parte que la Naturaleza haya adecuado la forma exterior de
los seres a aquellas condiciones y circunstancias predominantes a través de las cuales habría
de desarrollarse el proceso de su existencia.»
«Ponte a ti mismo por ejemplo: ¿Podrías acaso, provisto de tus órganos internos y externos,
tirarte al agua y nadar como un pez?»
«Claro que no, puesto que no tienes ni «branquias», ni «aletas» ni «cola», es decir, un
organismo conformado de antemano para existir en un medio con las características del
agua.»
«Si se te ocurriese lanzarte al agua no tardarías en asfixiarte y hundirte, convirtiéndote en un
buen 'fiambre' para aquellos mismos peces quienes, en el medio que les es propio, serían,
naturalmente, infinitamente más fuertes que tú.»
«Y otro tanto sucede con los peces, pues, ¿qué ocurriría si uno de ellos viniese ahora a
visitarnos, se sentara a la mesa con nosotros e intentase tomar una taza de té en nuestra
compañía?»
«Claro está que no podría hacerlo dado que carece de los órganos correspondientes para
manifestaciones de esta naturaleza.»
«El pez fue creado para el agua y así sus órganos externos e internos están adaptados a
aquellas manifestaciones requeridas por el agua. De modo pues que sólo puede manifestarse
eficazmente, cumpliendo con éxito el fin de su existencia, en aquel medio que su CREADOR
le asignó de antemano.»
«Y todos tus órganos internos y externos fueron creados por nuestro CREADOR COMÚN
exactamente de la misma manera. Te han dado piernas para caminar, manos para procurarte
los alimentos necesarios, una nariz para respirar y toda una serie de órganos con ella
relacionados, adaptados en tal forma que puedes asimilar y transformar en tí las sustancias
Universales que recubren en los seres tricerebrados semejantes a tí ambos cuerpos eserales
superiores, en uno de los cuales confía nuestro CREADOR COMÚN OMNIABARCANTE
como posible auxiliar en el futuro, de Sus necesidades, a fin de llevar a cabo las
materializaciones por El previstas para bien de Todo cuanto existe.»
«En suma, que el principio correspondiente ha sido previsto y entregado a la Naturaleza por
nuestro CREADOR COMÚN, de modo que tus órganos internos y externos pudieran ser
conformados de acuerdo con aquel medio en que el proceso de la existencia de los seres pertenecientes
a tu mismo sistema cerebral debía desarrollarse.»
«Para que comprendas esto claramente será de gran provecho recurrir a un ejemplo que puede
proporcionarnos el propio borrico que tienes atado en tu establo.»
«Incluso en lo que a este borrico se refiere, tú abusas de las posibilidades que nuestro
CREADOR COMÚN te ha concedido, puesto que en este momento dicho borrico se halla
forzado a permanecer en pie contra su voluntad en tu establo y si así lo hace, es tan sólo por
haber nacido bicerebrado, y esto ocurre, a su vez, porque para la existencia cósmica común de
los demás planetas, la presencia total de dicho borrico es necesaria.»
«Y por consiguiente, conforme a la ley, falta en la presencia de tu borrico la posibilidad de
mentación lógica y en consecuencia, conforme a la ley, debe ser lo que llamamos 'irracional o
estúpido.'»

«Aunque tú fuiste creado con la finalidad de permitir la existencia cósmica común de los
planetas y si bien fuiste creado a manera de un 'campo de esperanza' para los futuros designios
de nuestro MISERICORDIOSO CREADOR COMÚN —es decir, creado con las
posibilidades de recubrir en tu presencia aquel 'Altísimo Sagrado' para cuyo posible
surgimiento fue creado precisamente todo el mundo existente en la actualidad—, y pese a las
posibilidades mencionadas que te han sido concedidas, es decir, pese al hecho de que hayas
sido creado tricerebrado y con posibilidades de mentación lógica, tú, no obstante, no te sirves
de esta propiedad sagrada para el fin al que fue destinada, sino que la manifiestas en forma de
una astucia solapada hacia Sus otras creaciones como, por ejemplo, tu borrico.»
«Aparte de las posibilidades presentes en tu ser, de cobijar conscientemente en tu presencia
dicho Altísimo Sagrado, este borrico entraña exactamente el mismo valor para el proceso
cósmico común y por consiguiente, para nuestro CREADOR COMÚN, que tú mismo, puesto
que cada uno de vosotros está predestinado a cumplir una misión definida en su totalidad, es
decir, la materialización del sentido de Todo lo Existente.»
«La diferencia entre tú y tu borrico radica tan sólo en la forma y la calidad del funcionamiento
de la organización externa e interna de vuestras presencias comunes.»
«Tú tienes dos piernas, en tanto que tu borrico tiene cuatro patas, cada una de las cuales,
además, es infinitamente más fuerte que tus miembros.»
«¿Puedes acaso llevar sobre esas dos débiles piernas todo el peso que es capaz de acarrear tu
asno?»
«Claro que no, puesto que tus piernas te han sido dadas tan sólo para trasladar tu cuerpo y las
pequeñas cargas necesarias para la existencia normal de los seres tricerebrados, conforme a
las previsiones de la Naturaleza.»
«Semejante distribución de las fuerzas y el vigor —que a primera vista puede parecer injusta
por parte de nuestro JUSTÍSIMO CREADOR— fue llevada a cabo por la Gran Naturaleza,
debido simplemente a que el excedente de sustancias cósmicas que a ti te fue acordado por el
CREADOR y por la Naturaleza para que lo emplearas a los efectos de tu
autoperfeccionamiento personal, le fue negado al asno, pero, en su lugar, la Gran Naturaleza
misma transformó ese mismo excedente de sustancias cósmicas, en el caso de la presencia de
tu asno, en el poder y la fuerza de ciertos órganos, fuerza ésta para ser empleada tan sólo en su
existencia presente, pero claro está que sin el conocimiento personal del propio asno, lo cual
le permite manifestar dicho poder incomparablemente mejor que nosotros.»
«Y estas variadas manifestaciones dotadas de fuerza desigual, según las diversas formas de
los seres, materializan en su totalidad, precisamente aquellas condiciones exteriores que hacen
posible a todos tus semejantes —esto es, a los seres tricerebrados— perfeccionar
conscientemente el 'Germen de Razón' que su presencia contiene, desarrollándolo hasta el
estado requerido de la Razón Objetiva Pura.»
«Vuelvo a repetirte: todos los seres de todos los sistemas cerebrales sin excepción, grandes y
pequeños, alojados en la superficie o en el interior del planeta Tierra, en el aire o en el agua,
son todos necesarios por igual a nuestro CREADOR COMÚN, para la armonía común de la
existencia de Todo Cuanto Existe.»
«Y como todas las formas eserales que acabo de enumerar materializan en su conjunto la
forma del proceso requerido por nuestro CREADOR para la existencia de todo cuanto existe, la
esencia de todos los seres es para Él igualmente valiosa e irreemplazable.»
«Para nuestro CREADOR COMÚN, todos los seres no son sino partes de la existencia de un
todo esencial por Él espiritualizado.»
«¿Pero cuál es nuestro problema actual?»
«Una de las formas existenciales por Él creadas, en cuya presencia ha colocado todas Sus
esperanzas para el futuro bienestar de todo cuanto existe, valiéndose de su superioridad,
domina a todas las demás y destruye sus existencias a diestro y siniestro y, lo que es más
grave, presumiblemente en 'Su nombre.'»
«Lo más terrible de todo esto es que si bien estos actos contra Dios de tamaña magnitud
tienen lugar en todas las casas y en todas las plazas diariamente, a nadie se le ocurre, no
obstante, que estos seres cuyas existencias destruimos continuamente son tan queridos como
nosotros mismos para Aquél que los ha creado, teniendo en cuenta además que si los creó,
tiene que haber sido con algún propósito.»
Tras una breve pausa reanudé luego mi discurso hablando así al sacerdote Abdil:
«Y lo más tremendo de todo es que cada hombre que destruye la existencia de otros seres en
honor de sus ídolos venerados, lo hace con todo su corazón, convencido plenamente de que
realiza una acción 'buena.'»
«No me cabe ninguna duda de que si cualquiera de ellos tuviera consciencia de que al destruir
la existencia de otro ser no sólo está realizando una acción criminal contra el verdadero DIOS
y los Santos Verdaderos, sino que les inflige, en sus esencias mismas, pena y aflicción, por el
hecho de que puedan existir en el gran Universo esos monstruos hechos 'a imagen y
Semejanza de Dios', capaces de manifestarse hacia otras obras de nuestro CREADOR
COMÚN de modo tan inconsciente y despiadado, si cualquiera de ellos tuviera consciencia de
esta atrocidad, ello bastaría para que no quedara un solo hombre capaz de destruir la
existencia de otros seres en el ara de las inmolaciones.»
«Entonces quizás también en la Tierra comenzaría a regir el mandamiento personal
decimoctavo de nuestro CREADOR COMÚN, que ordena: 'Ama a todo lo que respira.'»
«Destruir la existencia de las creaciones de Dios para ofrendárselas en sacrificio, es como si
alguien de la calle penetrara ahora en tu casa y destruyera desenfrenadamente todos tus
'bienes', que tanto tiempo te ha llevado reunirlos y tantos esfuerzos y sacrificios te han exigido,
para ofrendar sus desechos en tu honor.»
«Piensa, pero no olvides que has de hacerlo sinceramente, y medita sobre lo que acabo de
decirte; y entonces me responderás: ¿Te sentirías halagado y lleno de gratitud por la intrusión
del ladrón que destrozara todos tus bienes?»
«¡Claro que no! Un millón de veces ¡¡¡no!!!»
«Muy al contrario, todo tu ser estaría poseído de una santa indignación, siendo tu más caro
deseo el de castigar al ladrón y no el de recompensarlo, de modo que no pararías hasta haber
podido vengarte.»
«Lo más probable es que ahora me repliques que aunque ello es así, tú eres, solamente, un
hombre...»
«Eso es muy cieno; solamente eres un hombre. Y felizmente DIOS es DIOS y no es tan
vengativo ni criminal como el hombre.»
«Claro está que él no te castigará ni habrá de vengarse, como tú harías en el caso del ladrón
que destruyera los bienes que te había llevado tantos años reunir.»
«No hace falta decir que DIOS lo perdona todo; esto ya es una ley
universal.»
«Pero Sus creaciones —en este caso los hombres— no deben abusar de Su Misericordiosa y
Omniabarcante Bondad; no sólo deben cuidar todo lo que Él ha creado sino que también
deben cooperar en su conservación.»
«Sin embargo, aquí en la Tierra los hombres han llegado incluso a dividir los seres
pertenecientes a otras formas en puros e impuros.»
«¿Puedes decirme qué los guió cuando realizaron esta división?»
«Dime por ejemplo, ¿es pura una oveja e impuro un león? ¿No son los dos iguales ante la
naturaleza?»

«Eso también fue inventado por los hombres... ¿Y por qué lo inventaron, por qué trazaron esta
línea divisoria? Simplemente porque una oveja es un ser sumamente débil y además estúpido
y puede hacerse con él lo que se quiera.»
«Y los hombres llaman impuro al león simplemente porque no se atreven a hacer con él lo que
se les antoja.»
«Los leones son más inteligentes y, lo que es más importante todavía, más fuertes que ellos.»
«Los leones no sólo no permiten ser destruidos, sino que ni siquiera dejan que persona alguna
se les acerque.»
«Si un incauto se aproximara a un león, éste le daría tal zarpazo en el cuello que nuestro
valiente no tardaría en volar allá donde 'la gente de las islas de Albión' no han estado nunca
todavía.»
«Una vez más te repito: Los leones son impuros simplemente porque los hombres les temen,
porque son cien veces más bravos y más fuertes que ellos; y las ovejas son puras nada más
que porque son mucho más débiles que ellos y además, vuelvo a repetírtelo, mucho más
estúpidas.»
«Todo ser ocupa entre los demás pertenecientes a otras formas, un lugar definido acorde con
su naturaleza y con el grado de Razón alcanzado por sus ascendientes y recibido en herencia.»
«Para ver esto más claro, puede servirnos de ejemplo la diferencia existente entre las
presencias ya definidamente cristalizadas del psiquismo de tu perro y de tu gato.»
«Si mimas al perro y lo acostumbras a hacer todo lo que a ti se te antoje, se volverá obediente
y cariñoso, al extremo de la mayor humildad.»
«Te seguirá a todas partes y hará toda clase de piruetas delante de ti para agradarte al
máximo.»
«Podrás mostrarte cariñoso con él, o bien podrás pegarle y herirlo, pero nunca se rebelará,
lejos de ello, siempre habrá de mostrarse sumiso y complaciente.»
«Pero trata de hacer lo mismo con el gato.»
«¿Crees acaso que habrá de responder a tus injurias como el perro, haciendo las mismas
gracias para halagarte? Claro que no...»
«Aun cuando el gato no es lo bastante fuerte para desquitarse inmediatamente, habrá de
recordar tu actitud durante largo tiempo y en la primera ocasión encontrará la manera de
vengarse.»
«Se dice, por ejemplo, que a menudo ha sucedido que un gato mordiera en la garganta a un
hombre durante el sueño.»
«Y a mí no me cabe la menor duda de que esto pueda ser así, puesto que sé cuáles podrían ser
los motivos del gato.»
«No, el gato habrá de valerse por sí mismo; él conoce su propio valor y es orgulloso, y todo
esto simplemente porque es gato y su naturaleza ha alcanzado un grado de Razón
correspondiente a los méritos de sus ascendientes.»
«En todo caso, ningún ser, ni tampoco ningún hombre, podría irritarse por ello con un gato.»
«¿Es su culpa acaso que sea gato y que en razón de los méritos de sus ancestros corresponda
su presencia a ese grado de 'autoconsciencia?'»
«Ni ha de despreciárselo por ello ni ha de golpeárselo; por el contrario, debemos darle lo que
se le debe, y con mayor razón nosotros que ocupamos un peldaño más elevado en la escala de
la evolución de la autoconsciencia».
Te diré de paso, querido niño, con respecto a las relaciones mutuas de los seres, que un
antiguo y famoso profeta del planeta «Desagroanskrad», el gran «Arhoonilo», ayudante
actualmente del principal investigador de todo el Universo en lo referente a los detalles de la
Moralidad Objetiva, expresó una vez:
«Si un ser es por su Razón superior a ti, siempre deberás inclinarte en su presencia, tratando
de imitarlo en todo; pero si en cambio es inferior, deberás ser justo con él puesto que una vez
tú también ocupaste ese mismo lugar de acuerdo con la sagrada Medida de la graduación de la
Razón de nuestro CREADOR y OMNICONSERVADOR.»
De modo pues, querido nieto, que esta última conversación con aquel amigo terrestre le
produjo una impresión tan fuerte que en los días que siguieron no pudo dejar de pensar y
pensar en lo que yo le había dicho.
En resumidas cuentas, el resultado final de aquello fue que este sacerdote llamado Abdil
comenzó finalmente a conocer y percibir el verdadero significado de la costumbre de ofrendar
sacrificios a los dioses.
Varios días después de nuestra conversación, se celebró una de las dos grandes festividades
religiosas de todo el país de Tikliamish, llamada «Zadik». Pero en el templo en que mi amigo
Abdil oficiaba como sacerdote principal, en lugar de decir el sermón habitual después de la
ceremonia del templo, comenzó a hablar inesperadamente acerca de los sacrificios.
Yo acerté a hallarme presente por casualidad en aquel gran templo y pude así escuchar las
palabras que les dirigió a los fieles.
Aunque el tema de su disertación era insólito en semejante ocasión y en semejante lugar, no le
sorprendió a nadie debido a lo bien que habló y a la vehemencia y hermosura sin precedente
de sus palabras.
Habló tan bien y tan sinceramente en verdad, y tantos fueron los ejemplos ilustrativos y
convincentes contenidos en su magnífica alocución, que gran parte de la concurrencia no
tardó en comenzar a llorar amargamente.
Tan fuerte fue la impresión que sus palabras produjeron en el auditorio, que pese a que la
disertación se prolongó hasta el día siguiente en lugar de la media hora habitual, cuando hubo
terminado, todos permanecieron largo tiempo como fascinados, negándose a marcharse.
A partir de ese momento comenzaron a divulgarse entre los que no habían asistido
personalmente ciertos fragmentos de lo que él había predicado.
Es interesante notar que era costumbre por entonces que los sacerdotes vivieran nada más que
de las ofrendas que buenamente querían concederles sus feligreses; y también nuestro
sacerdote Abdil había practicado este hábito de recibir de sus feligreses toda clase de alimentos
para su sustento ordinario.
Entre los presentes que los feligreses solían llevarle había cadáveres asados y hervidos de
seres de las más diversas formas exteriores tales como «pollos», «corderos», «gansos», etc.
Pero después de esta famosa disertación nadie le volvió a llevar ninguno de estos presentes,
sino tan sólo frutas, flores, trabajos manuales, etc.
Al día siguiente de su discurso, mi amigo terráqueo se convirtió inmediatamente, para todos
los ciudadanos de Koorkalai, en lo que se llama un «sacerdote de moda», y no sólo se hallaba
el templo en que realizaba sus oficios atestado de gente, sino que pronto se le pidió que
hablara en otros templos.
Habló así en una gran cantidad de oportunidades acerca de los sacrificios realizados en honor
de los dioses y antes de que pasara mucho tiempo el número de sus admiradores había crecido
considerablemente, de modo que pronto fue popular, no sólo entre los seres de la ciudad de
Koorkalai, sino en todo el territorio de Tikliamish.
No sé qué hubiera pasado si todo el clero, esto es, todos los demás hombres pertenecientes a
la misma profesión que mi amigo, no se hubiera alarmado a causa de su popularidad y no
hubiera levantado una enconada resistencia hacia lo que él predicaba.
Claro está que lo que sus colegas temían era que si desaparecía la costumbre de ofrendar
sacrificios a los dioses, también desaparecerían sus excelentes ingresos, con lo cual habría de
reducirse considerablemente su autoridad, hasta desvanecerse por completo.
Día a día aumentó el número de enemigos del sacerdote Abdil, difundiéndose por todas partes
viles calumnias acerca del mismo, tendentes a destruir su popularidad y su afianzamiento
entre la población.

Los demás sacerdotes comenzaron por dirigir sermones a los fieles congregados en sus
templos, tratando de demostrar exactamente lo contrario de lo que predicaba Abdil.
Finalmente, el clero llegó al punto de sobornar a diversos seres dotados de propiedades de
«Hasnamuss» para que planeasen y cometiesen toda clase de atentados contra el pobre Abdil
y, en realidad, fueron varias las ocasiones en que estas nulidades terrestres dotadas de las
mencionadas propiedades trataron de destruir su existencia echándole veneno a las diversas
ofrendas comestibles que sus feligreses le llevaban.
Pese a todo ello, el número de admiradores sinceros del valeroso sacerdote aumentaba
diariamente.
Por fin, la corporación entera de sacerdotes no pudo soportarlo más.
Y en un triste día para mi amigo, se llevó a cabo un juicio general ecuménico que duró cuatro
días.
La sentencia de este Concilio Ecuménico General no sólo expulsó definitivamente a Abdil del
sacerdocio, sino que dejó las puertas abiertas para la organización de una verdadera
persecución contra el sacerdote en desgracia.
Claro está que todo esto fue teniendo poco a poco un fuerte efecto sobre la mentalidad de los
seres ordinarios, de modo que incluso aquellos más próximos a él, que antes lo habían
estimado, comenzaron entonces a evitarlo gradualmente, repitiendo toda suerte de calumnias
acerca de su persona.
Incluso los que un día antes le habían mandado flores y otros diversos presentes,
reverenciándolo casi como a un ser divino, se volvieron tan acérrimos enemigos, debido a las
constantes habladurías, que no parecía sino que aparte de injuriarlos personalmente, les hubiera
matado a sus seres más queridos.
Así es la psiquis de los seres que habitan aquel peculiar planeta.
En resumen, merced a su sincera buena voluntad para con aquellos que lo rodeaban, este
amigo mío debió sufrir un verdadero martirio. Y aun esto quizás no hubiera sido nada, si la
culminación de la inconsciencia por parte del clero no los hubiera llevado a determinar su fin,
es decir, a determinar la muerte del sacerdote Abdil.
Así ocurrieron las cosas:
Mi amigo no tenía ningún familiar en la ciudad de Koorkalai, debido a que había nacido en un
pueblo muy distante.
Y en cuanto a los cientos de servidores y otras nulidades terrestres ordinarias que lo habían
rodeado durante su anterior prosperidad, lo habían ido abandonando ahora paulatinamente,
debido, claro está, a que el amo había perdido ya su anterior importancia e influencia.
Hacia el fin, sólo permaneció a su lado un viejo amigo que había vivido toda la vida con él.
A decir verdad, este anciano había permanecido a su lado sólo a causa de su avanzada edad, lo
cual, en aquel planeta, suele volver a la gente absolutamente inútil para cualquier cosa.
Se quedó a su lado simplemente porque no tenía otro lugar donde ir y ésa fue la única razón
por la cual no abandonó a su amigo, acompañándolo incluso en los días de plena persecución.
Al entrar en la habitación del sacerdote una funesta mañana, el anciano descubrió que le
habían dado muerte, hallándose su cuerpo planetario hecho pedazos.
Sabiendo que yo había sido amigo de su amo, se dirigió inmediatamente a mí para darme la
triste noticia.
Ya te he dicho, querido niño, que había concebido en mi corazón un profundo cariño por
aquel infortunado sacerdote, exactamente igual que si se hubiera tratado de uno de mis
familiares más próximos. Así pues, cuando conocí la terrible nueva, experimenté en toda mi
presencia una especie de Skinikoonartzino, es decir, que la conexión entre mis centros
eserales separados casi sufrió una dislocación total.
Pero entonces temí que durante el día aquellos seres inconscientes cometieran nuevos ultrajes
sobre el cuerpo planetario de mi amigo, de modo que decidí impedir por lo menos la posible
materialización de aquel crimen.
Dispuse inmediatamente, entonces, que varios seres adecuados que me apresuré a contratar
por una elevada suma de dinero, retiraran el cuerpo planetario de mi amigo, depositándolo
temporalmente en mi Selchan, esto es, en la balsa en que había llegado y que se hallaba anclada
a corta distancia del río Oksoseria y que todavía no había utilizado porque tenía la
intención de navegar desde allí hasta el mar Kolhidius a bordo de nuestra nave Ocasión.
El triste fin de la existencia de mi amigo no impidió que sus prédicas acerca del cese de los
sacrificios a los dioses tuvieran un profundo efecto sobre un amplio sector de la población.
Y, a decir verdad, el número de víctimas ofrecidas en sacrificio comenzó a disminuir
apreciablemente, haciéndose claro el hecho de que si bien la costumbre quizás no fuera
abolida totalmente en aquel tiempo, por lo menos habría de mitigarse considerablemente.
Y por el momento aquello me bastaba.
Puesto que no había ya razón alguna para permanecer más tiempo en aquel lugar, decidí
regresar inmediatamente al mar Kolhidius donde habría de decidir el destino que debía darle
al cuerpo planetario de mi amigo.
Cuando subí a bordo de la nave Ocasión me encontré con un heterograma procedente de
Marte en el que se me informaba de la llegada a aquel planeta de otra comitiva procedente del
planeta Karatas, instruyéndome especialmente para regresar a la mayor brevedad posible.
Gracias a este heterograma se me ocurrió una idea sumamente extraña, es decir, se me ocurrió
llevarme conmigo al planeta Marte el cuerpo planetario de mi amigo, en lugar de disponer del
mismo allí en la Tierra.
Lo que me impulsó a esta decisión fue el temor de que los enemigos de mi amigo, que tan
profundamente lo odiaban, realizasen una investigación en busca de su cuerpo planetario y
que, encontrándolo finalmente «enterrado» —como dicen tus favoritos— en algún lugar,
perpetrasen alguna atrocidad postuma.
De modo que pronto abandoné el mar Kolhidius y me hallaba en camino ascendente hacia el
planeta Marte, a bordo de la nave Ocasión. Una vez en aquel planeta, tanto los miembros de
nuestra tribu como varios marcianos de buen natural, enterados de los hechos ocurridos en la
Tierra, le prestaron los debidos honores al cuerpo planetario que había llevado conmigo.
Así, le dieron sepultura con todas las ceremonias habituales en el planeta Marte, y en el lugar
en que descansan sus restos levantaron un túmulo.
De todos modos, fue ésta la primera y seguramente también la última «tumba» —como tus
favoritos las llaman— levantada en el planeta Marte, tan cercano y al mismo tiempo tan
lejano de los seres terrestres para quienes es completamente inaccesible, destinada a guardar
los despojos de un hombre nacido en la Tierra.
Supe más tarde que esta historia había llegado a conocimiento de Su Dignidad el conservador
de todos los Cuartos, el Altísimo Arcángel Setrenotrinarco, Conservador de todos los Cuartos
en aquella parte del Universo al cual pertenece el sistema de «Ors», y que había manifestado
su complacencia, dándoles a los funcionarios pertinentes una orden con relación al alma de
este terráqueo.
En el planeta Marte me esperaban, a decir verdad, varios miembros de nuestra tribu recién
llegados del planeta Karatas.
Entre ellos se hallaba, dicho sea de paso, tu abuela, quien, de acuerdo con las instrucciones de
los principales Zirlikneros del planeta Karatas, había sido designada para desempeñar el papel
de la mitad pasiva en la conservación de mi descendencia.