LIBRO PRIMERO CAPITULO 23, CUARTO DESCENSO DE BELCEBÚ A LA TIERRA 8 - 9 y 10

OCTAVA PARTE


el santo
Individuo Belcultassi, recordando en esta forma todas sus percepciones, experiencias y
manifestaciones anteriores, comprobó, sin lugar a dudas, que sus manifestaciones exteriores
no correspondían en absoluto ni con las percepciones ni con los impulsos que definidamente
se habían formado en su presencia.
Posteriormente comenzó a efectuar nuevas observaciones igualmente sinceras con respecto a
las impresiones provenientes del exterior y también de aquellas formadas en el interior de su
ser, según eran percibidas por su presencia común.
Y todas ellas las llevó a cabo sometiéndolas regularmente a exhaustivas y conscientes
verificaciones con respecto a la forma en que estas impresiones eran percibidas por sus
diferentes partes espiritualizadas y cómo y en qué ocasiones eran experimentadas por su
presencia total y qué manifestaciones se convertían en impulsos.
Estas exhaustivas observaciones conscientes y estas imparciales comprobaciones, terminaron
por convencer a Belcultassi de que algo se había desarrollado en su propia presencia común
de forma muy distinta de la aconsejada por la sana lógica del Ser.
Como se desprendió claramente de mis minuciosas investigaciones posteriores, si bien
Belcultassi había alcanzado un indudable convencimiento de la precisión de sus
observaciones sobre sí mismo, dudaba todavía, sin embargo, de la exactitud de sus propias
sensaciones e intelecciones, así como de la normalidad de su propia organización psíquica.
Por lo tanto, se dio a la tarea de establecer, ante todo, si era normal que él interpretara y
comprendiera todo esto de la forma en que lo hacía, y no de otra manera.
Para esto, decidió investigar la forma en que ello era interpretado y percibido por los demás.
Con este propósito, comenzó a interrogar a sus amigos y familiares a fin de establecer, con su
propio testimonio, la forma en que lo interpretaban todos y cómo entendían sus percepciones
y manifestaciones pasadas y presentes, si bien, claro está, con toda discreción, a fin de no
rozar los impulsos antes mencionados, inherentes a la naturaleza de todos ellos, es decir el
«amor propio», el «orgullo», etc., que no son dignos de los seres tricerebrados.
Gracias a estas indagaciones, Belcultassi logró gradualmente obtener una completa sinceridad
en sus amigos y en las personas de su conocimiento, resultando de todo ello que todos
interpretaban y veían las cosas en sí mismos, exactamente de la misma forma en que él lo
hacía.
Ahora bien; entre estos amigos y conocidos de Belcultassi había varios individuos sumamente
serios que no eran todavía enteramente esclavos de la acción de las consecuencias de las
propiedades del órgano Kundabuffer, quienes, habiendo llegado hasta la médula de la cuestión,
se interesaron seriamente en el asunto, comenzando a verificar todo cuanto en ellos
sucedía, al tiempo que observaban también las manifestaciones de los seres que los rodeaban.
Poco tiempo "después, por iniciativa del mismo Belcultassi, comenzaron a celebrar reuniones
periódicas, comunicando sus observaciones y comprobaciones personales.
Tras largas verificaciones, comprobaciones y observaciones imparciales, todo el grupo de
seres terrestres se convenció categóricamente, a su vez, al igual que Belcultassi, de que ellos
no eran lo que debían ser.
No mucho después, otros muchos individuos unieron sus presencias a aquel grupo de seres
terrestres.
Y tiempo más tarde fundaron todos ellos la sociedad conocida con el nombre de «Sociedad de
Akhaldanos». El término Akhaldano o Alkhaldan (de las dos maneras puede decirse) entraña
el siguiente concepto:
«El esfuerzo por llegar a ser consciente del sentido y el objeto del Ser de los seres.»
Desde la fundación de esta sociedad, Belcultassi pasó a ser su cabeza principal y todas las
actividades posteriores emprendidas por los miembros de la misma estuvieron bajo su
supervisión general.
Durante muchos años terrestres existió esta sociedad con el mismo nombre, designándose a
sus miembros, entonces, con el término de Sovores Akhaldanos; pero más tarde, cuando los
miembros de esta sociedad, por razones de carácter general, se dividieron en cierto número de
grupos independientes, los miembros de los diversos grupos comenzaron a denominarse de
distinta manera.
Y esta división en grupos de la sociedad tuvo lugar por la siguiente razón:
Cuando se hubieron convencido finalmente de que había algo sumamente indeseable en sus
presencias y comenzaron a buscar los medios posibles de extraerlo, a fin de convertirse en lo
que, de acuerdo con la sana lógica debían ser, consecuentes con el sentido y con el objetivo de
su existencia, cuyo esclarecimiento, costase lo que costase, debía constituir la base de todas
sus actividades, y al pasar a poner en ejecución esta tarea decidida de antemano por su Razón,
no tardó en hacerse evidente que para su consecución era absolutamente imprescindible,
poseer en la Razón una información lo más detallada posible acerca de las diversas ramas del
conocimiento.
Pero como resultó imposible que cada uno de ellos adquiriese todos los conocimientos
especiales necesarios, se dividieron en cierto número de grupos a fin de que cada grupo
estudiase por separado una de estas ramas especiales del conocimiento.
Debo hacerte notar aquí, querido nieto, que fue entonces la primera vez que surgió en la
Tierra un objetivo auténticamente científico, desarrollándose normalmente hasta la época de
la segunda gran catástrofe sufrida por el planeta, y también que el grado de desarrollo de
algunas de sus ramas separadas progresaron ciertamente a un ritmo vertiginoso.
Como resultado de ello, muchas de las llamadas «verdades objetivas» del cosmos, grandes y
pequeñas, comenzaron gradualmente a hacerse evidentes en aquel período, al resto de seres
tricerebrados que han despertado tu interés.
Los sabios miembros de esta primera —y quizás última— sabia sociedad, se dividieron
entonces en siete grupos separados o, como también podría expresarse, en siete «secciones
independientes», a cada una de las cuales se le encomendó una tarea precisa.
Los miembros del primer grupo de la sociedad akhaldana se denominaron Foksovores
Akhaldanos, lo cual significaba que los individuos pertenecientes a aquella sección debían
estudiar la presencia de su propio planeta, así como la acción recíproca de sus partes,
consideradas por separado.
Los miembros de la segunda sección se llamaban Estrasovores Akhaldanos, lo cual
significaba que los individuos pertenecientes a la misma se hallaban encargados de investigar
lo que se conoce con el nombre de «radiaciones» de los demás planetas de aquel sistema
solar, y también la acción recíproca de dichas radiaciones.
Los miembros del tercer grupo se llamaban Metrosovores Akhaldanos, lo cual significaba que
sus integrantes debían ocuparse en el estudio de aquella rama del conocimiento semejante a lo
que en nuestra ciencia general recibe el nombre de «Silkoornano», y que correspondía en
parte a lo que tus favoritos contemporáneos llaman «matemáticas».
Los miembros del cuarto grupo se llamaban Psicosovores Akhaldanos, designando este
término a aquellos encargados de observar las percepciones, experiencias y manifestaciones
de sus propios semejantes, verificando los datos así obtenidos mediante el uso de métodos
estadísticos.
Los componentes de la quinta sección se llamaban Harnosovores Akhaldanos, lo cual
significaba que su misión debía consistir en el estudio de aquella rama del conocimiento que
encerraba entonces las dos ramas que en la ciencia contemporánea de tus favoritos, se llaman
Química y Física.
Los miembros del sexto grupo se llamaban Mitesovores Akhaldanos, es




 DÉCIMA PARTE Adelanto:


es decir, seres
encargados de estudiar toda clase de hechos provenientes del exterior, ya fueran
conscientemente materializados desde afuera o surgidos espontáneamente, así como cuáles de
ellos y en qué casos, eran percibidos erróneamente por los seres ordinarios.
En cuanto a los miembros del séptimo y último grupo, se llamaban Gezpoodjnisovores
Akhaldanos; estos miembros de la sociedad Alkhaldana se hallaban dedicados al estudio de
aquellas manifestaciones, en las presencias de los seres tricerebrados de su planeta, que
surgían en ellos, no como consecuencia de diversas funciones, provenientes de diferentes
clases de impulsos engendrados en los datos ya presentes en ellos con anterioridad, sino de las
acciones cósmicas provenientes del exterior y que no dependían de sí mismos.
Los seres tricerebrados de tu planeta favorito, que llegaron a formar parte de esta sociedad,
lograron efectuar un eficaz acercamiento al conocimiento objetivo, cosa que jamás se había
hecho antes en la historia terráquea y que muy posiblemente no vuelva a hacerse ya.
Y no es posible aquí dejar de expresar cuan lamentable e infortunado para todos los seres
tricerebrados terrestres de las épocas siguientes fue que, precisamente entonces, cuando
después de increíbles trabajos realizados empeñosamente por los miembros de aquella gran
sociedad se había logrado alcanzar el ritmo necesario de trabajo en cuanto al discernimiento,
consciente por su parte, y en cuanto a su preparación inconsciente del bienestar de sus
descendientes en el calor de aquellas nobles actividades, algunos de los miembros
comprobaran, como ya te dije antes, que algo sumamente grave iba a ocurrirle al planeta en
un futuro próximo.
A fin de establecer el carácter del grave accidente previsto, los sabios se diseminaron por todo
el planeta y poco después, como ya te dije, la referida segunda perturbación transapalniana se
abatió de golpe sobre el infortunado planeta de tus simpatías.
Pues bien, querido niño; cuando, después de esta catástrofe, cierto número de supervivientes,
miembros de aquella sabia sociedad, volvieron gradualmente a reunirse, careciendo ya de su
país natal, se establecieron primeramente, con la mayoría de los demás supervivientes del
desastre, en el centro del continente de Grabontzi; pero tiempo más tarde, una vez «vueltos
sobre sí mismos», en el continente de Grabontzi, pasado ya el «cataclismo no conforme a las
leyes» decidieron de común acuerdo tratar de restablecer, reanudando todas sus tareas, las
actividades fundamentales que habían sido base de la desaparecida sociedad akhaldana.
Como las manifestaciones de aquellas condiciones anómalas de existencia ordinaria de la
mayoría de los seres tricerebrados que ya con anterioridad a la catástrofe se habían
establecido en aquel lugar, habían comenzado, ya por entonces, a «hervir» furiosamente en
dicha parte de la superficie del continente de Grabontzi, estos supervivientes de la sabia y
nunca bien ponderada sociedad alkhaldana, buscaron otro sitio, en aquel mismo continente,
para establecer su residencia permanente, procurando que fuera el más adecuado para los
trabajos que debían emprender.
Y el lugar deseado les fue proporcionado por el valle de un caudaloso río que tenía su curso
en el norte de dicho continente, y hacia allí emigraron todos juntos, con sus familias, para
proseguir, en aquel aislamiento a que las circunstancias los obligaba, las actividades iniciadas
en épocas más felices por la sociedad akhaldana.
La región atravesada por este río enorme fue designada con el nombre de «Sakronakari».
Pero con posterioridad, este nombre sufrió varias modificaciones; actualmente se conoce por
el nombre de «Egipto», en tanto que el caudaloso río, llamado entonces «Nipilhooatchi» ahora
tiene el nombre de Nilo.
Poco después de que ciertos ex-miembros de la sabia sociedad akhaldana se hubieran
establecido en esta parte de la superficie del planeta Tierra, todos los miembros de nuestra
tribu, que habitaban entonces la superficie del planeta que ha llamado tu atención, emigraron
hacia aquel lugar.

Y las relaciones existentes entre nuestra tribu y los miembros supervivientes de la sociedad
alkhaldana, según los informes que hasta mí han llegado, eran de la índole siguiente:
Ya te dije una vez que antes de la segunda «perturbación transapalniana», nuestra pitonisa
insistió en sus profecías en que todos los miembros de nuestra tribu debían emigrar sin
pérdida de tiempo, si querían salvar sus vidas, hacia aquel punto preciso de la superficie del
referido continente, actualmente conocido con el nombre de África.
Este punto preciso de la superficie de dicho continente indicado por la pitonisa se hallaba
precisamente en las fuentes del referido río Nipilhooatchi donde los miembros de nuestra tribu
vivieron mientras duró la segunda perturbación transapalniana, así como después de haberse
ya normalizado por completo la mayoría de los procesos naturales, vale decir, cuando la
mayoría de los supervivientes ya casi habían olvidado lo acontecido, habiendo vuelto a formar
—exactamente como si nada hubiera pasado— uno de sus famosos «centros culturales» en el
corazón mismo de la futura África. Y fue precisamente cuando los ex-miembros de la
sociedad akhaldana se hallaban entregados a la búsqueda de un lugar apropiado para residir de
forma permanente, cuando acertaron a encontrarse con cierto número de miembros de nuestra
tribu, quiches les aconsejaron emigrar hacia el país bañado por los afluentes de aquel río.
Nuestra vinculación y amistosas relaciones con muchos de los ex-miembros de la sociedad
akhaldana, no datan por cierto de esta época, sino de mucho antes, es decir, del continente de
Atlántida y casi de los comienzos mismos de la institución.
Como recordarás, te dije antes que cuando descendí a aquel planeta por primera vez y los
miembros de nuestra tribu se reunieron en la ciudad de Samlios, con mi presencia, a fin de
tratar de encontrar conjuntamente una salida a la difícil situación allí planteada, aquellas
reuniones generales de nuestros miembros eran celebradas en una de las secciones de la
catedral principal de la sociedad akhaldana; y a partir de entonces se establecieron excelentes
relaciones entre algunos de los miembros de nuestra tribu y cienos componentes de aquella
sociedad.
Y así, en el país que más tarde habría de ser Egipto, donde ambos emigraron después del
desastre, las relaciones entre los miembros de nuestra tribu y los ex-componentes auténticos
de la sociedad alkhaldana que acertaron a salvarse, así como los descendientes de otros
miembros auténticos, se desarrollaron y continuaron ininterrumpidamente casi hasta la partida
definitiva de nuestra tribu de aquel planeta.
Si bien la esperanza de los pocos supervivientes casuales de la sociedad akhaldana de
reanudar las tareas emprendidas por aquella institución no pudo cumplirse, fue
exclusivamente gracias a ellos, por lo que pudo mantenerse presente en las presencias de los
seres de las diversas generaciones posteriores al hundimiento de la Atlántida, la «convicción
instintiva» relativa al sentido de lo que se conoce con el nombre de «elaboración completa del
Ser personal».
Además, también gracias a ellos, parte de lo que había sido logrado por la Razón de los seres
tricerebrados de la antigua Atlántida, pudo sobrevivir mientras esta Razón siguió siendo
normal; y con posterioridad, este algo comenzó a ser transmitido mecánicamente por
herencia, de generación en generación, alcanzando a los seres de los períodos muy recientes,
incluso a algunos individuos de las épocas contemporáneas.
Entre los muchos frutos de los sabios trabajos realizados por los miembros de la sociedad
akhaldana que fueron transmitidos a la posteridad por herencia se contaban, sin lugar a dudas,
aquellos ingeniosos y sólidos edificios que vi levantar durante mi cuarta visita a aquel planeta
por los seres acerca de quienes habré de informarte enseguida, que habitaban aquella parte de
la superficie del continente conocido actualmente con el nombre de «África».
Si bien la ansiedad que en mí había despertado todo cuanto mis congéneres me habían dicho
acerca del nuevo observatorio allí instalado, se vio defraudada cuando lo vi con mis propios
ojos; no obstante, el propio observatorio, así como los demás edificios construidos en aquella
región me resultaron en extremo ingeniosos, proporcionándome valiosos datos para el
enriquecimiento de mi presencia común con gran cantidad de productivos conocimientos para
mi consciencia.
A fin de que puedas representarte claramente la forma en que estos diversos edificios habían
sido construidos por los seres tricerebrados de aquellas comarcas para el bienestar de su
existencia común, creo que bastará explicarte, con el mayor detalle posible, la forma en que
las particularidades de esta práctica e ingeniosa invención terráquea se manifestaron con
respecto al nuevo observatorio construido y por cuya causa, como recordarás, me decidí a
visitar el país.
Con este propósito, debo informarte, ante todo, acerca de dos hechos relacionados con las
transformaciones experimentadas por la presencia común de estos seres tricerebrados que han
despertado tu curiosidad.
El primero de ellos consiste en que, en el principio de las cosas, cuando todavía vivían
normalmente, esto es, en la forma generalmente propia de todo ser tricerebrado, y cuando
poseían todavía lo que se llama la «visión Olooesteskhniana» podían percibir, a las distancias
correspondientes a los seres tricerebrados ordinarios, la visibilidad de todas las
concentraciones cósmicas, grandes y pequeñas por igual, que existían más allá del planeta
Tierra, durante todos los procesos sufridos por el Okidanokh Omnipresente en la atmósfera
terráquea.
Además, aquellos de entre los terrestres que se hallaban conscientemente perfeccionados y
que habían logrado, de este modo, dotar de sensibilidad para la percepción al órgano de la
vista —como todos los demás seres tricerebrados del universo— hasta el grado «Olooess
ultratesnokhiniano», adquirieron la facultad de percibir también la visibilidad de todas estas
unidades cósmicas situadas a igual distancia, que nacen y desarrollan su existencia posterior
con dependencia de las cristalizaciones localizadas directamente en el sagrado
Theomortmalogos, es decir, en las emanaciones de nuestro sacrosanto Absoluto Solar.
Y más tarde, una vez establecidas las antes mencionadas condiciones anómalas constantes de
su existencia ordinaria, como consecuencia de lo cual la Gran Naturaleza se vio forzada, por
las razones de que ya antes te he hablado, entre otras cosas, a degenerar progresivamente la
función del órgano visual terrestre, convirtiéndolo en lo que se llama un «Koritesnokhniano»
corriente, esto es, la vista propia de las presencias de los seres uni y bicerebrados, pudieron
percibir la visibilidad de las concentraciones grandes y pequeñas más allá del planeta, sólo
cuando tenía lugar el sagrado proceso de Aieioiuoa en el Elemento Activo Omnipresente
Okidanokh, en la atmósfera del planeta o, como ellos mismos dicen —de acuerdo con su
pobre comprensión y percepciones— «en las noches oscuras».
Y el segundo hecho, en virtud también de esta misma degeneración del órgano de la vista en
un vulgar Koritesnokhniano, se basa en aquella ley, común a todos los seres, que establece
que los resultados provenientes de cualquier manifestación del Okidanokh Omnipresente,
sean percibidos por los órganos de la vista sólo cuando éstos se hallen en contacto inmediato
con aquellas vibraciones que se forman en los seres y que materializan la función del órgano
perceptor, en un momento dado, la visibilidad de las concentraciones cósmicas situadas más
allá de ellos; esto equivale a decir que sólo cuando los referidos resultados de la manifestación
del Okidanokh Omnipresente alcanzan los límites antes mencionados, de acuerdo con la
calidad del órgano encargado de percibir la visibilidad, lo que se llama la «tendencia del
impulso» decrece o, para decirlo con otras palabras, sólo perciben la visibilidad de los objetos
situados cerca de ellos.
Pero si los resultados antes mencionados se desarrollan más allá de dicho límite, entonces esta
manifestación no alcanza en absoluto a aquellos seres cuyas presencias se hallan dotadas de
órganos para la percepción de la visibilidad, formados tan sólo como resultado de la totalidad
del «Itoklanoz».
Será oportuno repetir aquí uno de los profundos aforismos, rara vez escuchados en la Tierra,
de nuestro venerado Mullah Nassr Eddin, que define de forma terminante el caso que ahora
nos ocupa, esto es, el grado de limitación que afecta a la percepción de la visibilidad de tus
favoritos contemporáneos.
Esta sabia frase, rara vez oída en la Tierra, consta de las siguientes palabras:
«Muéstrame al elefante que vio el ciego, y sólo entonces creeré que realmente has visto una
mosca».
Así pues, querido nieto, gracias a esta adaptación artificial que yo había empleado para la
observación de otras concentraciones cósmicas y que ahora, en el país que más tarde habría de
llamarse Egipto, estaba siendo construida por iniciativa de las Razones de los lejanos descendientes
de los que habían integrado la sabia sociedad akhaldana, cualquiera de estos
desdichados favoritos tuyos, a pesar de la vista Koritesnojhniana que desde bastante tiempo
antes se había convertido en cualidad característica de los mismos, pudo adquirir la facultad
de percibir libremente, en cualquier momento, «de día o de noche», como ellos dicen, la
visibilidad de todas aquellas concentraciones cósmicas remotas que en el proceso del
«Armonioso Movimiento Cósmico» general entran en la esfera abarcada por el horizonte de
sus observaciones.
A fin de superar esta limitación del órgano terráqueo de la percepción visual, idearon el
siguiente recurso:
El teskooano terráqueo o telescopio, aparato éste —debo aclararte aquí— heredado de los
remotos antecesores Akhaldanos— no era colocado en la superficie del planeta, como era
entonces lo corriente y lo sigue siendo todavía, sino que lo fijaban a gran profundidad en el
interior del planeta, efectuando sus observaciones de las concentraciones cósmicas situadas
más allá de la atmósfera del planeta Tierra, a través de agujeros perforados especialmente, a
manera de largos tubos.
El observatorio que entonces visité, poseía cinco orificios de este tipo.
Estos orificios comenzaban, respecto del horizonte, en diferentes puntos de la superficie del
planeta ocupada por el observatorio, pero todos ellos convergían hacia un pequeño espacio
subterráneo semejante a una cueva.
Desde allí, los especialistas, llamados entonces astrólogos, efectuaban sus observaciones con
el fin de estudiar, como ya te dije antes, las presencias visibles y los resultados observables de
la acción recíproca de las demás concentraciones cósmicas pertenecientes a aquel sistema
solar, así como a los demás sistemas del vasto universo.
Estas observaciones eran llevadas a cabo a través de los orificios mencionados que se
proyectaban al exterior en distintas direcciones, sobre el horizonte, según la posición dada del
planeta con respecto a la concentración cósmica observada en el proceso del «armonioso
movimiento cósmico común».
Vuelvo a repetirte, querido niño, que si bien la principal peculiaridad de este observatorio
construido por los seres tricerebrados del futuro Egipto no era nueva para mí, dado que este
mismo principio había sido utilizado en mi observatorio de Marte, con la única diferencia de
que mis siete largos tubos no se hallaban fijados dentro del planeta sino sobre éste, tanto me
interesaron todas las novedades aquí introducidas, que aproveché mi permanencia en el lugar
para trazar un detallado bosquejo de todo cuanto vi, bosquejo éste que no me faltó
oportunidad de emplear tiempo más tarde en mi propio observatorio.
Y en cuanto a los demás «edificios» construidos en las vecindades, quizás más adelante te los
describa con mayor detenimiento; pero por ahora me limitaré a decirte que todos estos
cuerpos independientes, todavía incompletos, se hallaban situados a corta distancia del observatorio
y habían sido edificados —según pude comprobar durante mi inspección de los
mismos bajo la guía del constructor que tuvo la gentileza de acompañarnos y quien, por lo
demás, era un excelente amigo de nuestra tribu— en parte, con el mismo propósito de observar
otros soles y planetas de nuestro gran Universo, y en parte, para estudiar y gobernar
voluntariamente los fenómenos que tenían lugar en la atmósfera circundante, a fin de lograr el
clima deseado.
Todos estos edificios ocupaban un amplio espacio abierto en aquella comarca y se hallaban
circundados por una construcción especial realizada con la planta llamada entonces
«Zalnakatar».
Es en extremo interesante notar que erigieron, frente a la entrada principal de aquel enorme
cerco, una enorme estatua de piedra —claro está que enorme si se la compara con el tamaño
de sus presencias— llamada Esfinge, que me recordó en gran medida a la estatua que yo
mismo había visto en mi primer descenso personal al planeta, en la ciudad de Samlios,
precisamente enfrente del enorme edificio perteneciente a la sabia sociedad alkhaldana y que
se conocía por entonces con el nombre de «Catedral principal de la Sociedad Akhaldana».
La estatua que vi en la ciudad de Samlios, y que tanto me interesó, era el emblema de esta
sociedad y se llamaba «Consciencia».
Representaba un ser alegórico, estando compuestas todas las partes de su cuerpo planetario de
una parte del cuerpo planetario de cierta forma definida de existencia terráquea, pero de las
partes de aquellos seres de otras formas que, de acuerdo con las ideas cristalizadas en los seres
tricerebrados terráqueos, habían alcanzado un grado de perfección en una u otra de sus
funciones eserales.
La masa principal del cuerpo planetario de dicho ser alegórico estaba representada por el
tronco de un ser de forma definida que allí recibe el nombre de «toro».
Este tronco de toro descansaba sobre cuatro extremidades de otro ser también oriundo de
aquellas comarcas y de forma definida, llamado «León», y a aquella parte del tronco del toro
denominada «lomo» se hallaban adheridas dos grandes alas semejantes, por su aspecto, a las
de un fuerte pájaro que habita en la Tierra y que se conoce con el nombre de «Águila».
Y en el lugar correspondiente a la cabeza, se habían fijado al tronco de toro, por medio de una
pieza de «ámbar», dos pechos que representaban lo que se denomina «Pechos de Virgen».
Cuando esta extraña imagen alegórica despertó mi interés en el continente de Atlántida e
interrogué, en consecuencia, a uno de los sabios miembros de la Gran Sociedad Akhaldana
acerca de su significado, éste me explicó lo siguiente:
«Esta figura alegórica es el emblema de nuestra sociedad y nos sirve a todos sus miembros
como estímulo para recordar constantemente los impulsos correspondientes atribuidos a la
misma.»
A lo cual agregó luego:
«Cada parte de esta figura alegórica proporciona a todos los miembros de nuestra sociedad, en
las tres partes independientemente asociativas de su presencia común, es decir, en el cuerpo,
pensamientos y sentimientos, una conmoción por las asociaciones correspondientes para
aquellos conocimientos separados e independientes que, en su totalidad, son los únicos que
pueden brindarnos la posibilidad de liberarnos gradualmente de los factores indeseables
presentes en cada uno de nosotros, tanto aquellos que nos fueron transmitidos por herencia,
como los que nosotros mismos adquirimos personalmente, los cuales engendran,
paulatinamente, impulsos altamente indeseables para nuestra naturaleza y como consecuencia
de los cuales no somos lo que debiéramos ser.»
«Este emblema nuestro nos recuerda permanentemente que es posible alcanzar la liberación
de lo que acabo de mencionarle, tan sólo si obligamos siempre a nuestra presencia común a
pensar, sentir y actuar, en circunstancias conformes a lo que dicho emblema predica.»
«Y así es cómo entendemos todos nosotros, miembros de la prestigiosa sociedad alkhaldana,
el significado de nuestro emblema:
El tronco de este ser alegórico, constituido por el tronco de un 'Toro', significa que el factor en
nosotros cristalizado y que genera en nuestras presencias los impulsos que nos son maléficos,
tanto aquellos transmitidos por herencia como los adquiridos por nosotros mismos
personalmente, sólo pueden regenerarse, mediante trabajos infatigables, esto es, aquellos
trabajos en los cuales sobresale particularmente, entre todos los seres de nuestro planeta, el
Toro.»
«El hecho de que este tronco repose sobre las patas de un 'León' significa que dichos trabajos
deben ser ejecutados con esa lucidez, coraje y fe que caracterizan a todos los actos y el
'Poderío' de aquel ser que entre los seres lo posee en grado máximo: el León.»
«Las alas de la más fuerte de todas las aves y la que más grandes alturas alcanza, el águila,
adheridas al tronco del Toro, recuerdan permanentemente a los miembros de nuestra sociedad,
que durante la ejecución de dichos trabajos, con las ya mencionadas propiedades psíquicas de
autoestima, es necesario meditar continuamente sobre las cuestiones que no se relacionan
directamente con las manifestaciones requeridas para la existencia ordinaria.»
«Y en cuanto a la extraña imagen de la cabeza de nuestro ser alegórico con la forma de los
pechos de virgen, ésta expresa que el Amor debe predominar siempre y en todas las cosas
durante las funciones internas y externas provocadas en la propia consciencia, Amor éste que
sólo puede surgir y hacerse presente en las presencias de las concentraciones formadas en las
partes pertinentes, conforme a las leyes, de todos los seres responsables en quienes las
esperanzas de nuestro PADRE COMÚN han sido puestas.»
«Y el hecho de estar la cabeza fijada al tronco del Toro con «ámbar», significa que este Amor
debe ser estrictamente imparcial, es decir, que debe hallarse completamente separado de todas
las demás funciones que tienen lugar en la totalidad del ser responsable.»
—A fin, querido niño, de que el sentido atribuido en este emblema al material conocido con el
nombre de ámbar, resulte perfectamente claro para ti, debo decirte que esta sustancia es una
de las siete formaciones planetarias en cuyo nacimiento toma parte el Elemento Activo
Omnipresente Okidanokh con sus tres elementos separados, independientes y sagrados, en
igual proporción. Y en el proceso de la materialización planetaria, estas manifestaciones
planetarias e intraplanetarias sirven para el propósito conocido con el nombre de «impedir» el
flujo independiente de esas tres sagradas y localizadas partes independientes.
En este punto del relato, Belcebú realizó una pequeña pausa, como si su pensamiento se
hubiera detenido de pronto en algo muy particular, pero luego volvió a tomar la palabra como
sigue:
—En el transcurso de mi relato acerca de lo que vi en cierta parte de tierra firme de la
superficie del planeta que había escapado al desastre, relativo a los habitantes del futuro
Egipto, algunos de los cuales no eran sino descendientes directos de los miembros de la
ciertamente sabia y grande sociedad akhaldana, el resultado de las manifestaciones de mi
Razón Eseral ha sido que, en virtud de diversos recuerdos asociativos de toda clase de
impresiones y de percepciones de la visibilidad del medio circundante exterior de dicha
comarca, que han pasado a constituir elementos perfectamente fijados en mi presencia común,
han revivido gradualmente en mí todas las escenas y todo el flujo de pensamientos asociativos
de una de estas experiencias eserales que me tocó vivir durante mi última estancia en aquel
país que los contemporáneos terráqueos denominan Egipto, entonces, en cierta ocasión en que
me hallaba sentado, absorto en mis pensamientos, al pie de una de aquellas construcciones
que han acertado a escapar, casualmente, de la destrucción del tiempo, y que se conocen
actualmente con el nombre de «pirámides».
Fue precisamente entonces cuando, en la función general de mi Razón, se asoció, entre otras
cosas, lo siguiente:
¡Muy bien!... Si ninguno de los beneficios ya desde antes alcanzados por la Razón de los
habitantes del continente de Atlántida para la existencia ordinaria, ha pasado a ser propiedad
de los contemporáneos habitantes del planeta, ello quizás pueda explicarse lógicamente, tan
sólo porque debido a las razones cósmicas, independientes por completo y no derivadas de los
seres tricerebrados que allí viven, ocurrió aquel segundo gran «cataclismo no conforme a las
leyes», durante el cual, no sólo pereció el continente mismo, sino también todo cuanto éste
contenía.
¡Pero Egipto!
¿No estaba vivo su esplendor hasta hace bien poco?
No puede negarse...
Debido a la tercera pequeña catástrofe acaecida a aquel desdichado planeta, y asimismo a la
quinta, acerca de la cual ya te hablaré más adelante, también esa parte de su superficie sufrió
serios perjuicios, siendo cubierta por las arenas... Sin embargo, los seres tricerebrados que allí
vivían no perecieron sino que sólo se diseminaron por diversos puntos de aquel mismo
continente y, en consecuencia, cualesquiera que hubieran sido las condiciones exteriores que
hubiesen sobrevenido, habrían sobrevivido en sus presencias, al parecer, los resultados
cristalizados de los factores perfeccionados, que les habían sido transmitidos por herencia,
para la «mentación eseral lógica» normal.
De modo que, querido nieto, deseoso de esclarecer, tras este penoso «Alstoozori», o como
dirían tus favoritos, después de estas «tristes reflexiones», la esencia misma de la causa de
este otro hecho lamentable, comprendí, al final de mis minuciosas investigaciones,
percatándome de ello con todo mi ser, que esta anomalía obedece exclusivamente a un notable
aspecto de la principal característica de su extraña psiquis, esto es, aquella particularidad que
ha terminado por cristalizarse completamente hasta constituir una parte inseparable de sus
presencias comunes y que actúa como factor para el surgimiento periódico en ellos de lo que
llamamos «necesidad urgente de destruir todo lo exterior a sus seres».
El hecho es que cuando, durante el apogeo del desarrollo de esta peculiaridad —terrible para
toda razón lúcida— del psiquismo de los seres tricerebrados, comenzaron a manifestar fuera
de sí mismos esta peculiaridad fenoménica de sus presencias comunes, es decir, cuando
empezaron a llevar a cabo en alguna parte de la superficie de su planeta el proceso de la
destrucción recíproca, al mismo tiempo, sin ningún propósito deliberado e incluso sin lo que
se llama «necesidad orgánica», comenzaron también a destruir todo lo que acertara a ponerse
dentro de la esfera de la percepción de su órgano visual.
En el tiempo de este «apogeo psicopático fenoménico», destruían todos los objetos en el lugar
y en el instante en que estos mismos seres, entre quienes se desarrolla este terrible proceso,
los habían producido intencionalmente, así como los productos que habían logrado sobrevivir
de épocas anteriores.
Así pues, querido niño, en este mi cuarto viaje personal a la superficie de tu planeta favorito,
llegué, en primer término, al país conocido actualmente con el nombre de Egipto, y después
de haber permanecido algunos días entre los descendientes remotos de los miembros de la
grande y sabia sociedad akhaldana, y de haberme familiarizado con ciertos resultados de sus
«deberes eserales de Partkdolg» destinados al bienestar de sus descendientes, me dirigí, en
compañía de otros dos miembros de nuestra tribu, hacia las comarcas, situadas al sur de este
mismo continente, y allí, con la ayuda de los seres tricerebrados del lugar, cazamos la
cantidad de simios que necesitábamos.
Una vez cumplida esta tarea, ordené telepáticamente a nuestra nave Ocasión que descendiera
hacia nosotros, lo cual hizo en la primera noche oscura que se presentó propicia; y una vez
que trasladamos los referidos monos a la sección especial de la nave Ocasión, que había sido
construida para el Gornahoor Harharhk bajo su dirección, emprendimos inmediatamente el
regreso al planeta Marte, y tres días marcianos después, a bordo de la misma nave y junto con
los monos, me dirigí hacia el planeta Saturno.
Si bien nuestro primer propósito había sido ejecutar los experimentos con los monos al año
siguiente, una vez que se hubieran aclimatado perfectamente al lugar y que hubieran orientado
su existencia en las nuevas condiciones reinantes, adelanté mi viaje al planeta Saturno debido
a que, en mi último encuentro personal con el Gornahoor Harharhk, le había prometido estar
presente en una ceremonia familiar que debía celebrarse en breve plazo.
Y esta ceremonia consistía en la consagración, por parte de sus parientes, del primer heredero
engendrado por el Gornahoor Harharhk.
Si le prometí a mi amigo asistir a esta ceremonia familiar conocida con el nombre de
Krikhrakhri, se debió a mi deseo de cumplir el «deber eseral Alnatoorornianano» con este
reciente heredero.
Es interesante notar que este tipo de ceremonias y deberes eserales, también tenían lugar entre
los antiguos seres tricerebrados de tu planeta favorito, llegando, incluso, a los
contemporáneos, si bien estos últimos, al igual que en todos los demás aspectos de su vida,
sólo han conservado la forma exterior de este serio e importante acontecimiento.
Los individuos encargados de llevar a cabo estas ceremonias son conocidos con el nombre de
«padrinos» y «madrinas».
El heredero del Gornahoor Harharhk recibió el nombre, en su consagración, de Rakhoorkh.


FINAL DE:
CUARTO DESCENSO DE BELCEBÚ A LA TIERRA EN
RELATOS DE BELCEBÚ A SU NIETO
George I. Gurdjieff