LIBRO PRIMERO CAPÍTULO 21



RELATOS DE BELCEBÚ A SU NIETO
LIBRO PRIMERO CAPÍTULO 21
GEORGE I. GURDJIEFF,

TRADUCCIÓN DE VIDEO AL ESPAÑOL
Capítulo 21
Primera visita de Belcebú a la India

Belcebú continuó hablando de la forma siguiente:
—Estaba yo sentado en un chaihana de esta pequeña ciudad de Arguenia cuando en cierta
ocasión, oí casualmente una interesante conversación que mantenían mis vecinos de mesa.
Hablaban acerca de la fecha y la forma en que realizarían una caravana con destino a
Perlandia.
Habiendo escuchado la conversación, deduje que se proponían ir a aquella zona con el fin de
cambiar «turquesas» por lo que se conoce con el nombre de «perlas».
Debo hacerte notar aquí, de paso, el hecho de que tus favoritos, tanto de épocas anteriores
como de la actual tenían y tienen todavía una gran inclinación a usar perlas y también
turquesas, al igual que muchas otras «piedras preciosas» —según las llaman— con el propósito,
como ellos dicen, de «adornar su presencia».
Te diré que lo hacen, claro está que instintivamente, a fin de disimular, por así decirlo, el
escaso valor de su ser interior.
En la época a que se refiere mi relato, estas perlas eran muy raras entre los miembros de este
segundo grupo asiático, siendo pagadas a precios sumamente elevados.
Pero en el país de Perlandia abundaban las perlas, siendo allí, por el contrario, muy baratas,
pues por aquel entonces todas las perlas existentes en el mundo se obtenían en los mares que
bañaban las costas de aquel territorio.
La conversación que antes mencioné, de aquellos seres sentados en aquella mesa vecina a la
mía en el chaihana de la pequeña ciudad de Arguenia, despertó inmediatamente mi interés,
dado que ya por entonces tenía la intención de dirigirme a aquella región habitada por el
tercer grupo de seres tricerebrados del continente de Ashhark.
Y aquella conversación me recordó cierta asociación en el sentido de que debía ser mejor
dirigirme directamente al territorio de Perlandia desde allí, con una larga caravana, que volver
a realizar el camino hacia el mar de la Misericordia para dirigirme desde allí, por medio de la
nave Ocasión a aquel país.
Si bien este viaje, casi imposible por entonces para los terráqueos, habría de consumir mucho
tiempo, pensé no obstante que el viaje de regreso al mar de la Misericordia, con todas sus
imprevisibles contingencias, no habría de llevarme, probablemente, menos tiempo.
La mencionada asociación se hizo presente en mi mentación consciente, debido
principalmente a que largo tiempo atrás había sido informado acerca de ciertas extrañas
características de aquellas partes de la naturaleza de aquel peculiar planeta a través de las
cuales pensaba dirigirse la caravana mencionada y en consecuencia, el llamado «amor del
saber eseral» que ya se había cristalizado en mi interior, al recibir un shock por acción de todo
lo que al azar había escuchado, le dictó inmediatamente a mi presencia común la necesidad de
persuadirme de todo aquello personalmente, por la vía directa de mis propios órganos
sensoriales.
De modo pues, querido nieto, que, debido a lo que ya dije, me senté deliberadamente a la
misma mesa en que aquellos seres se hallaban conversando y me uní a sus deliberaciones.
Y el resultado de todo ello fue que también nosotros —Ahoon y yo— nos incorporamos al
grupo que había de integrar la caravana y dos días después iniciamos todos juntos la marcha
hacia el país de Perlandia.
Pasamos entonces a través de lugares ciertamente insólitos, insólitos incluso para la naturaleza
general de este peculiar planeta, algunas de cuyas partes, dicho sea de paso, sólo se
convirtieron en tales antes de la época en que el infortunado planeta sufriera dos
perturbaciones Transapalnianas —según se las denomina—, fenómenos éstos casi sin
precedentes en el Universo.
Desde el primer día debimos marchar exclusivamente a través de una región poblada de
diversas proyecciones de tierra firme de formas inusitadas, que presentaban conglomerados de
toda clase de «minerales intraplanetarios.»
Y no fue sino hasta después de un mes de viaje —de acuerdo con el cálculo cronológico
terrestre— cuando llegó nuestra caravana procedente de Arguenia a parajes en cuyo suelo no
se había destruido todavía completamente la posibilidad de la Naturaleza de configurar
formaciones supraplanetarias y crear condiciones correspondientes para la existencia de
diversos seres uni y bicerebrados.
Después de toda suerte de peripecias, vimos de pronto, una mañana lluviosa, al ascender una
colina, el contorno recortado sobre el horizonte de un anchuroso mar bañando las costas del
continente de Ashhark que, en aquella zona, recibía el nombre de Perlandia.
Cuatro días más tarde arribábamos al centro principal de los miembros integrantes de este
tercer grupo; me refiero a la ciudad de «Kaimon».
Después de haber dispuesto el lugar en que habríamos de residir permanentemente, nada
hicimos durante los primeros días, aparte de vagabundear por las calles de la ciudad,
observando las manifestaciones específicas de los seres que componían aquel tercer grupo en
el proceso de su existencia cotidiana.
Puesto que ya te he contado la historia de la formación del segundo grupo de seres
tricerebrados residentes en el continente de Ashhark, tendré que pasar a contarte ahora —y
esto es inevitable— la historia de la formación de este tercer grupo.
Ante lo cual exclamó ansiosamente el pequeño Hassein:
—Verdaderamente debes contármela, mi muy amado Abuelo—. Y agregó entonces, esta vez
con gran reverencia, al tiempo que extendía las manos hacia arriba:
—¡Ojalá que mi querido y bondadoso Abuelo llegue a ser digno de perfeccionarse al grado
del Santo «Anklad»!
Sin responder cosa alguna, Belcebú se limitó a reiniciar su relato con una sonrisa.
—La historia del surgimiento de este tercer grupo de seres asiáticos se remonta a un período
apenas posterior a aquel en que las familias de cazadores de pirmarales llegaron por primera
vez a las costas del mar de la Misericordia procedentes del continente de Atlántida.
Fue precisamente en aquellos días, infinitamente remotos para tus favoritos contemporáneos,
es decir, no mucho tiempo antes de que tuviera lugar la segunda perturbación transapalniana.
Cuando comenzaron a cristalizarse en las presencias de los seres tricerebrados radicados
entonces en el continente de Atlántida ciertas propiedades provenientes del órgano
Kundabuffer, empezaron a experimentar la necesidad, entre otras impropias necesidades de
los seres tricerebrados, de usar, como ya te he dicho, diversas alhajas a manera de adorno y
también una suerte de famoso «talismán», por usar la expresión que habían inventado.
Una de estas alhajas —entonces en el continente de Atlántida y hoy en cualquier continente
del planeta—, era y sigue siendo todavía la perla.
Las perlas son fabricadas por seres unicerebrados que habitan en el «Saflakooriap» de tu
planeta Tierra, es decir, en aquella parte del mismo llamada «Henrralispana», o como dirían
tus favoritos, en la sangre del planeta, líquido éste que se halla presente en la presencia común
de todos los planetas y que permite la materialización del proceso del altísimo
Trogoautoegócrata Cósmico Común; y que en tu planeta recibe el nombre de «agua».

Este ser unicerebrado en cuyo seno se forma la perla, solía desarrollarse en las áreas
sallakooriapianas acuáticas, situadas alrededor del continente de Atlántida; pero como
consecuencia de la gran demanda de perlas y, por consiguiente, de la gran destrucción de que
estos perlíferos seres unicerebrados fueron víctimas, no tardaron en desaparecer de las
proximidades de este continente.
Por lo tanto, cuando aquellos individuos que habían convertido en meta y sentido de su
existencia la destrucción de estos perlíferos seres, es decir, aquellos que destruían su
existencia sólo a fin de procurarse la parte de su presencia común denominada perla, nada
más que para complacencia de un egoísmo perfectamente absurdo, no hallaron más seres
perlíferos en las áreas acuáticas próximas a la Atlántida, estos «profesionales» comenzaron
entonces a buscarlas en otros mares, trasladándose gradualmente cada vez más lejos de su
continente de origen.
En cierta ocasión, durante el transcurso de una de estas exploraciones, debido a lo que se
conoce con el nombre de «desplazamientos sallakooriapianos» o para expresarlo en términos
terrestres, prolongadas «tormentas», sus balsas dieron casualmente con cierto lugar donde
resultó haber un enorme número de estos seres perlíferos unicerebrados; además, el lugar en
cuestión era en extremo conveniente para su pesca.
Estas áreas acuáticas a las cuales acertaron a llegar los destructores de seres perlíferos eran
precisamente las mismas que rodean el lugar que entonces se designaba con el nombre de
Perlandia y que se llama ahora Indostán o India.
Durante los primeros días de la ya mencionada exploración de estos profesionales terráqueos
no hicieron sino complacer al máximo sus inclinaciones, que por entonces ya se habían
convertido en rasgos inherentes a sus presencias, en lo que a la destrucción de estos seres
unicerebrados productores de perlas se refiere; y sólo fue más tarde —después de haber
encontrado también por casualidad que casi todo lo necesario para la existencia ordinaria
abundaba en las tierras firmes de las inmediaciones— cuando decidieron no regresar más a la
Atlántida, instalándose, en su lugar, en aquella comarca para el desarrollo de sus actividades
futuras.
Sólo unos pocos de estos destructores de seres perlíferos se dirigieron al continente de
Atlántida y, tras cambiar las perlas por diversos artículos de que carecían en el nuevo lugar,
regresaron trayendo con ellos a todas sus familias, así como a las de aquellos que se habían
quedado en Perlandia.
Tiempo más tarde, muchos de estos primeros colonos de este —para los seres de aquel
tiempo— «nuevo» país, efectuaron visitas periódicas a su tierra natal con el fin de
intercambiar las perlas por los artículos que allí necesitaban y en cada viaje traían con ellos un
nuevo número de colonos, o bien familiares, o simplemente trabajadores necesarios para las
muchas tareas que en el nuevo país se presentaban.
De modo pues, querido niño, que a partir de entonces también aquella parte de la superficie
del planeta Tierra empezó a ser conocida por todos los seres tricerebrados con el nombre de
«Tierra de la Misericordia».
De esta forma, antes de que la segunda gran catástrofe asolara el planeta Tierra, muchos
habitantes del continente de Atlántida ya se habían trasladado a aquella otra parte del
continente de Ashhark, y cuando tuvo lugar esta segunda catástrofe fueron muchos los seres
que se salvaron gracias a haberse trasladado oportunamente.
Gracias, como siempre, a su «fecundidad», se multiplicaron allí gradualmente, comenzando a
poblar también esta parte de tierra firme
del planeta.
Al principio sólo se poblaron dos regiones definidas en Perlandia, esto es, las regiones
situadas en torno a la desembocadura de dos grandes ríos procedentes del interior del país y
que van a verter sus aguas al mar, precisamente en aquellos puntos próximos a los «bancos
perlíferos» —según dicen los terráqueos— antes mencionados.
Pero una vez que la población hubo crecido considerablemente, comenzó a poblarse también
el interior de aquella parte del continente de Ashhark; sin embargo, las regiones favoritas
siguieron siendo los valles de los dos ríos mencionados.
Pues bien; entonces, cuando llegué por primera vez a Perlandia, decidí lograr mi objetivo
valiéndome, también allí, del «Havatvernoni» del lugar, es decir, de su religión.
Pero resultó ser que entre los seres de este tercer grupo del continente de Ashhark, existían
por entonces varias Havatvernonis o religiones peculiares, basadas todas ellas en doctrinas
diferentes, completamente independientes unas de otras, y sin nada en común.
En vista de ello, comencé por estudiar seriamente las doctrinas prevalecientes y tras
comprobar, en el curso de mis estudios, que una de ellas, fundada en las enseñanzas de un
auténtico Mensajero de nuestro ETERNO CREADOR COMÚN, llamado más tarde «San
Buda», poseía el mayor número de adeptos, me dediqué a estudiarla con la mayor atención.
Antes de proseguir con mi relato acerca de los seres tricerebrados que viven en aquella parte
de la superficie del planeta Tierra, es necesario notar, a mi entender —aun sucintamente—
que existían entonces y existen todavía, desde el origen mismo de aquellas prácticas
Havatvernonianas o religiosas, dos tipos básicos de doctrinas religiosas.
Uno de ellos fue inventado por aquellos seres tricerebrados en quienes, por una razón u otra,
habíase conformado la psiquis propia de los Hasnamusses, y el otro tipo de enseñanzas
religiosas se fundaba en las instrucciones detalladas que los auténticos Mensajeros de lo Alto
habían predicado, mensajeros éstos que suelen ser enviados de vez en cuando por ciertos
ayudantes sumamente allegados al PADRE COMÚN, con el fin de ayudar a los seres
tricerebrados que habitan tu planeta favorito, a destruir en sus presencias las consecuencias
cristalizadas de las propiedades del órgano Kundabuffer.
La religión seguida entonces por la mayoría de los seres radicados en el país de Perlandia a
cuyo estudio dediqué entonces mi atención y acerca de la cual será necesario que te explique
ciertos detalles, tuvo su origen de la siguiente forma:
Como llegué a saber más tarde, con la multiplicación de los seres tricerebrados de aquel tercer
grupo se formaron entre ellos muchos seres con las propiedades de Hasnamusses,
convirtiéndose en tales al alcanzar la edad responsable.
Y cuando estos últimos comenzaron a difundir ideas más maléficas que de costumbre entre
sus compañeros de grupo, se cristalizó en las presencias de la mayoría de los seres
tricentrados de este tercer grupo una propiedad psíquica que, en su totalidad engendró cierto
factor que obstaculizó considerablemente el normal «intercambio de substancias» establecido
por el Altísimo Trogoautoegócrata Cósmico Común. Pues bien; tan pronto como este
lamentable resultado —también propio de aquel malhadado planeta— fue advertido por
ciertos Archialtísimos Individuos Sagrados, se resolvió que un Individuo Sagrado fuera
enviado al lugar, especialmente a aquel grupo de terráqueos, al efecto de obtener una
regulación más o menos tolerable de su existencia en conformidad con la del sistema solar
total.
Fue precisamente entonces cuando fue enviado a aquella comarca el referido Individuo
Sagrado, el cual, recubierto con el cuerpo planetario de un ser terrestre vivió con el nombre de
Buda.
El recubrimiento de dicho Individuo Sagrado con el cuerpo planetario de un tricerebrado
terrestre se materializó varios siglos antes de mi primera visita al país de Perlandia.
En este punto del relato, Hassein dirigió la palabra a Belcebú en los siguientes términos:
—Querido Abuelo, has usado ya en el transcurso de tu relato varias veces el término
Hasnamuss. Hasta ahora he creído comprender, merced a la entonación de tu voz y a las
consonancias de la propia palabra, que con esta expresión denominabas a aquellos seres
tricerebrados que han de ser considerados con independencia de los demás, como si
mereciesen un Desprecio Objetivo. Por favor, ten la bondad de explicarme el significado de
esa palabra.

A lo cual respondió Belcebú con su sonrisa de siempre:
—En cuanto a la «particularidad» de los seres tricerebrados para cuya denominación adopté
dicha definición verbal, ya te la explicaré a su debido tiempo, pero has de saber por ahora que
esta palabra sirve para designar a todas las presencias comunes correspondientes a los seres
tricerebrados ya «definitizados»; tanto aquellos que constan tan sólo de un cuerpo planetario,
así como aquellos cuyos cuerpos eserales superiores ya han sido configurados en su presencia
y en los cuales, por una u otra razón, no se han cristalizado los datos necesarios para el
«Divino Impulso de la Consciencia Objetiva.»
Con esta somera explicación de la palabra Hasnamuss, Belcebú dio por satisfecha la
curiosidad de su nieto y continuó su relato de la forma siguiente:
—En el transcurso de mis minuciosos estudios sobre las referidas enseñanzas religiosas,
llegué a saber también que después que este Individuo Sagrado asumió finalmente la
presencia de un ser tricerebrado, entregándose entonces a serias meditaciones a fin de
establecer la mejor manera de cumplir la tarea encomendada desde lo Alto, decidió llevarla a
cabo por medio del esclarecimiento de su Razón.
Debo hacerte notar aquí que para entonces ya se había cristalizado en la presencia de San
Buda —según lo demostraron claramente mis investigaciones ya mencionadas— la
comprensión sumamente cabal de que en el proceso de su formación anómala, la Razón de los
seres encentrados del planeta Tierra se había convertido en la Razón llamada «instinto
Terebeiniano», es decir, una Razón que funciona tan sólo de acuerdo con ciertos estímulos
procedentes del exterior; pese a ello, San Buda decidió ejecutar su misión por medio de esta
peculiar Razón terrestre, es decir, esta Razón propia de los seres tricentrados que habitan el
planeta Tierra, y, por consiguiente, empezó por informar a esta Razón peculiar acerca de todas
las verdades objetivas de toda naturaleza.
San Buda comenzó por reunir a varios jefes del grupo, hablándoles en los términos siguientes:
«¡Seres dotados de presencias semejantes a las del MISMÍSIMO CREADOR DE TODAS
LAS COSAS!»
«Mediante ciertos sagrados, justa y esclarecedorameme orientadores resultados finales de la
materialización de todo cuanto existe en el Universo, ha sido enviada a vosotros mi esencia
para serviros de auxilio en la lucha que cada uno de vosotros libráis para liberaros de las
consecuencias de las anómalas propiedades eserales que en razón de altísimas e
impostergables necesidades cósmicas comunes, fueron implantadas en las presencias de
vuestros ascendientes y que, transmitidas por herencia de una generación a otra, os han
alcanzado también a vosotros»
Luego San Buda volvió a dirigir la palabra con referencia al mismo tema, pero más
detalladamente, a cierto grupo de seres iniciados por él en sus enseñanzas.
Esta segunda vez se expresó, según se desprende de mis investigaciones, de la siguiente
manera:
«¡Seres dotados de presencias para la materialización de la esperanza de nuestro PADRE
COMÚN!»
«Casi en el origen mismo de vuestra raza, tuvo lugar en el proceso de la existencia normal de
todo nuestro sistema solar un accidente imprevisto que amenazó seriamente a todos los seres
que entonces existían.»
«Fue necesario, entonces, entre otras medidas requeridas para la regulación de los trastornos
comunes universales, conforme a las explicaciones de cienos Altísimos Sacratísimos
Individuos, producir cierto cambio en el funcionamiento de las presencias comunes de
vuestros antecesores, es decir, que les fue conferida a sus presencias cierto órgano dotado de
propiedades especiales, gracias a las cuales todas las cosas exteriores percibidas por sus
presencias totales y transformadas para su propio recubrimiento, se manifestaban
posteriormente sin guardar conformidad alguna con la realidad.»
«Poco tiempo después, una vez establecida la existencia normal de vuestro sistema solar y una
vez pasada la necesidad de efectuar ciertas materializaciones intencionalmente anormales,
nuestro MISERICORDIOSO PADRE COMÚN se apresuró a dar la orden de anular
inmediatamente ciertas medidas artificiales entre las cuales se contaba el ya superfluo órgano
Kundabuffer, de las presencias comunes de vuestros antecesores, así como la de todas sus
propiedades consiguientes; y esta orden fue ejecutada inmediatamente por los Sagrados
Individuos pertinentes, a cuyo cargo estuvo la supervisión de estas materializaciones
cósmicas.»
«Después de transcurrido un considerable espacio de tiempo, se reveló repentinamente que si
bien todas las propiedades del mencionado órgano habían sido extirpadas efectivamente de las
presencias de vuestros antecesores por los referidos Sagrados Individuos, cierto resultado
cósmico, naturalmente derivado de aquél, conocido con el nombre de 'predisposición' y puesto
de manifiesto en toda presencia cósmica más o menos independiente, debido a la acción
repetida de su función correspondiente, no había sido previsto ni destruido como
correspondía.»
«De tal modo que, debido a esta predisposición que comenzó a transmitirse por herencia a las
generaciones posteriores, las consecuencias de las propiedades del órgano Kundabuffer
comenzaron a cristalizarse gradualmente en sus presencias.»
«No bien tuvo lugar este lamentable hecho en las presencias de los seres tricerebrados que
habitaban en este planeta Tierra, fue enviado inmediatamente a aquel lugar, por orden de
nuestro PADRE COMÚN, un Individuo Sagrado a fin de que, bajo el aspecto de un hombre
como cualquiera de vosotros —y dotado de la perfección correspondiente a la Razón Objetiva
según las condiciones ya establecidas— os explicara y os mostrara la forma de extirpar de
vuestras presencias las consecuencias ya cristalizadas de las propiedades del órgano
Kundabuffer, así como vuestra heredada predisposición a las nuevas cristalizaciones.»
«Durante el periodo en que dicho Sagrado Individuo, dotado de una presencia semejante a la
vuestra, y habiendo alcanzado ya la edad de la responsabilidad natural a todo ser tricentrado
maduro, guió de forma directa el proceso ordinario de la vida eseral de vuestros antecesores,
muchos de ellos lograron liberarse por completo, y efectivamente, de las consecuencias de las
propiedades del órgano Kundabuffer y, o bien adquirieron de este modo el Ser para sí
mismos, o bien se convirtieron en fuentes normales para el surgimiento de presencias
normales de ulteriores seres semejantes a ellos.»
«Pero debido al hecho de que con anterioridad al período en que dicho Individuo Sagrado
hizo su aparición en la Tierra, la duración de vuestra existencia se había vuelto ya, en razón de
diversas condiciones anómalas firmemente establecidas y creadas por vosotros mismos,
inusitadamente breve, el proceso del sagrado Rascooarno debió también, muy pronto,
ocurrirle a este Sagrado Individuo, es decir, que también él, al igual que vosotros, debió morir
prematuramente, de modo tal que después de su muerte comenzaron a restablecerse
gradualmente las condiciones anteriores, en virtud de dos razones principales: por un lado las
condiciones anómalas de la existencia ordinaria establecidas desde antiguo, y, por el otro, esa
maléfica particularidad de vuestra psiquis llamada Necedad.»
«Merced a la mencionada particularidad de vuestra psiquis, ya los seres de la segunda
generación después de la correspondiente al mencionado Individuo Sagrado que había sido
enviado desde lo Alto, comenzaron a modificar gradualmente todo cuanto él les había explicado
y aconsejado, con el resultado final de que toda su obra se vio por último completamente
destruida.»

«Una y otra vez fue materializado el mismo proceso por el Altísimo Encargado Cósmico
Común de los Resultados Finales, pero siempre con el mismo estéril resultado.»
«En la época presente del flujo cronológico, en que la vida eseral anómala de los seres
tricerebrados de vuestro planeta, particularmente la de esos seres que habitan aquella parte de
la superficie del planeta Tierra conocida por el nombre de Perlandia, comienza ya a obstaculizar
seriamente la normal y armoniosa existencia de la totalidad de este sistema solar, se
manifiesta mi esencia, procedente de lo Alto, entre vosotros, a fin de que encontremos todos
juntos, en este mismo sitio, y tras una mutua colaboración, la forma y el medio de liberar, en
las actuales circunstancias, vuestras presencias, de las referidas consecuencias que ahora
debéis sobrellevar, debido a la falta de previsión de ciertos Sagrados Encargados de los
Resultados Cósmicos Finales.»
Así que les hubo dicho todo esto, San Buda se dedicó, en lo sucesivo, por medio de sencillas
conversaciones con los terráqueos, a esclarecer, y más tarde a explicarles, la forma en que el
proceso de sus existencias debía ser conducido, así como el orden en que la parte positiva de
sus seres debía guiar conscientemente las manifestaciones de las partes inconscientes, a fin de
que las consecuencias cristalizadas de las propiedades del órgano Kundabuffer y también la
heredada predisposición a las mismas, fueran desapareciendo gradualmente de sus presencias
comunes.
Como indicaron mis detalladas investigaciones de las que antes te hablé, las mencionadas
consecuencias —en la época en que la psiquis interior de los seres residentes en aquella parte
de la superficie del planeta Tierra se hallaba bajo la guía de este auténtico Mensajero de lo
Alto, San Buda— para ellos sumamente maléficas, comenzaron efectivamente a desaparecer
de forma gradual de la presencia de muchos de ellos.
Pero, para desdicha de todos los Individuos dotados de cualquier grado de Razón pura, y para
desgracia de los seres tricerebrados pertenecientes a todas las generaciones posteriores a la de
aquel auténtico Mensajero de lo Alto, ya los primeros sucesores de los discípulos de San Buda
comenzaron —debido una vez más a la maléfica particularidad de su psiquis, esto es, la
necedad— a echar en el olvido todas sus Indicaciones y Consejos, en tal medida, que de las
enseñanzas de San Buda sólo llegó a la tercera y cuarta generación lo que nuestro Honorable
Mullah Nassr Eddin define con las siguientes palabras:
«Sólo algunos datos acerca de su olor particular.»
Tanto se modificó, poco a poco, la interpretación de las enseñanzas del santo enviado de lo
Alto, que si éste en persona hubiera podido discutirlas con los miembros de generaciones
posteriores, probablemente no hubiera llegado a sospechar siquiera que eran las mismas que
él había impartido durante su permanencia en la Tierra.
No puedo dejar de expresar aquí mi profundo pesar por esa extraña práctica de tus favoritos
terráqueos que, con el curso de los siglos, ha llegado a convertirse, por así decirlo, en una
acción conforme a las leyes.
Y en el caso que ahora nos ocupa fue esta misma práctica peculiar, firmemente arraigada, la
que permitió que fueran desvirtuadas las verdaderas indicaciones y consejos de San Buda.
Dicha práctica, de antiguo establecida, consiste en esto:
Una causa pequeña, a veces casi trivial, es capaz de provocar por sí misma un cambio en
detrimento de todos y cualquiera de los llamados «ritmos de existencia ordinaria», externos e
internos, previamente establecidos, e incluso su completa destrucción.
Puesto que el esclarecimiento, querido niño, de ciertos detalles relativos al surgimiento de esta
causa tan trivial, que fue la base, en este caso, de la adulteración de todas las verdaderas
explicaciones y exactas enseñanzas de aquel auténtico Mensajero de lo Alto, San Buda, habrá
de proporcionarte un excelente material para la mejor comprensión del extraño carácter del
psiquismo de estos seres tricerebrados que han cautivado tu fantasía, me detendré aquí a
explicarte, con el mayor detalle posible, el orden exacto en que fueron desarrollándose las distintas
etapas de la referida práctica.
Ante todo, debo comunicarte los dos hechos siguientes:
El primero es éste: que sólo pude esclarecer el malentendido originado en dicha práctica
mucho tiempo después de la época a que mi actual relato se refiere; entre otras cosas, sólo en
la época de mi sexto descenso al planeta Tierra pude esclarecer, de forma accidental y gracias
a mi vinculación con el santo Ashiata Shiemash —de quien te hablaré más detalladamente
muy pronto— las verdaderas actividades de aquel Auténtico Mensajero de lo Alto, San Buda.
Y el segundo hecho es el siguiente: que desdichadamente, el origen del lamentable
malentendido fueron ciertas palabras contenidas en una de las auténticas explicaciones del
propio San Buda.
De hecho, sucedió que el propio San Buda expresó a algunos de sus más próximos discípulos,
iniciados por El Mismo, en el transcurso de ciertas explicaciones, su propio y definido parecer
con respecto a los medios posibles para la destrucción, en la naturaleza terráquea, de las
mencionadas consecuencias de las propiedades del órgano Kundabuffer que les habían sido
transmitidas por herencia.
Así, pues, les dijo, entre otras cosas, lo siguiente:
«Uno de los mejores medios para invalidar la predisposición de vuestras naturalezas hacia la
cristalización de las consecuencias de las propiedades del órgano Kundabuffer, es el
'Sufrimiento Voluntario'; y el mayor sufrimiento voluntario puede obtenerse en la propia
presencia, obligándose a tolerar las 'desagradables manifestaciones de los demás para con uno
mismo.'»
Esta explicación de San Buda, junto con otras muchas enseñanzas precisas, fue difundida por
Sus más próximos discípulos entre los seres ordinarios del país, y una vez que el proceso del
sagrado Rascooarno tuvo lugar en Su presencia, aquélla se fue transmitiendo de generación en
generación.
De modo pues, querido niño, que cuando, como ya te he dicho, aquellos seres tricentrados
pertenecientes a la segunda y tercera generación que sucedieron al sagrado Rascooarno de la
presencia de San Buda, en cuya psiquis, ya desde la época de la pérdida de la Atlántida, se
había fijado aquella peculiaridad conocida con el nombre de «necesidad orgánico-psíquica de
hacer necedades», comenzaron —para desgracia de los seres tricentrados ordinarios de aquel
período y para desgracia también de los seres de todas las generaciones posteriores, incluso la
contemporánea— a decir y hacer en grado superlativo toda clase de necedades con respecto a
estos consejos de San Buda; como resultado natural, se llegó a la antojadiza conclusión
transmitida luego de generación en generación, de que aquella «tolerancia» mencionada en la
enseñanza del Buda, debía ser llevada a cabo en la más completa soledad.
Y aquí se pone de manifiesto el extraño carácter del psiquismo de tus favoritos, pues
omitieron la consideración del hecho obvio —por lo menos para toda Razón sana— de que el
Divino Maestro, San Buda, al aconsejarles el empleo de aquella actitud de «tolerancia», tenía
presente ciertamente la consecución de esta «actitud de tolerancia» en un medio poblado por
las presencias de otros muchos seres semejantes, de modo tal que mediante la producción
frecuente en sus presencias de esta sagrada materialización eseral hacia las manifestaciones
desagradables para ellos provenientes de otros seres semejantes, fueran obtenidos en ellos los
llamados «Trentroodianos» o, como ellos mismos dirían, esos «resultados psicoquímicos» que
forman, generalmente, en la presencia de todo ser tricentrado, aquellos sagrados datos eserales
destinados a materializar en las presencias comunes de los seres tricentrados una de las tres
santas fuerzas del sagrado Triamazikamno Eseral; y esta santa fuerza siempre se vuelve
afirmativa en los seres, contra todas las propiedades negativas de que pudieran haber estado
dotados con anterioridad.

De modo pues, querido niño, que desde la época en que esta definida idea comenzó a
prevalecer, tus favoritos comenzaron a abandonar aquellas condiciones de vida ya
establecidas, por cuya causa la predisposición hacia la cristalización de las consecuencias de
las propiedades del órgano Kundabuffer había llegado a intensificarse en sus presencias,
condición ésta indispensable, tal como lo suponía el Divino Maestro Buda, para que dicha
«tolerancia» para con las «manifestaciones desagradables hacia uno mismo» pudiera
cristalizar en sus presencias comunes los deberes de «Partkdolg», necesarios para el normal
desenvolvimiento de todos los seres tricentrados.
De modo pues que, a fin de obtener este famoso «sufrimiento», muchos de los seres
tricentrados de aquella época, ya fuera individualmente o en pequeños grupos, es decir, con
otros seres que compartieran sus propias opiniones, comenzaron, desde entonces, a alejarse de
sus semejantes.
Llegaron, incluso, a organizar colonias especiales con este fin, en las cuales, si bien convivían
todos juntos, se las arreglaban, sin embargo, para obtener aquella anhelada «tolerancia» en la
mayor soledad.
Fue entonces cuando surgieron los llamados «monasterios» que existen todavía y en los
cuales algunos de tus favoritos terráqueos contemporáneos no hacen otra cosa sino, como
ellos dicen, «salvar sus almas».
Cuando por primera vez visité Perlandia, la mayoría de los seres tricerebrados radicados en el
país, como ya te he dicho, eran adeptos a aquella religión basada, por así decirlo, en las
auténticas enseñanzas y en las directivas del propio San Buda; y la fe de cada uno de estos
seres en dicha religión era sólida e inconmovible.
Al comienzo de mis investigaciones sobre las sutilezas doctrinarias de esta religión no llegué
a ninguna conclusión definitiva acerca de la forma indicada de utilizarla para alcanzar mi
objetivo; pero cuando en el curso de mis investigaciones llegué a esclarecer un hecho muy
definido —propio de todos los adeptos a esta religión— proveniente también en este caso de
un malentendido, es decir, de la errónea interpretación de las palabras del propio Buda, pude
elaborar un plan concreto de acción para valerme de la peculiar Havatvernoni o religión de
estos seres.
Era evidente que en Sus explicaciones de las verdades cósmicas, San Buda les había dicho,
entre otras cosas, que en general los seres tricentrados radicados en los diversos planetas de
nuestro Gran Universo —y también los seres tricentrados del planeta Tierra, por supuesto—
no eran sino parte de la Más Grande Grandeza, que es la Omnitotalidad de todo cuanto existe,
y que los fundamentos de esta Grandeza se encuentran allá Arriba, a fin de poder abarcar y
comprender la esencia de todo cuanto existe.
Esta Base primordial de la Omnitotalidad de todo cuanto existe emana constantemente de
todo el Universo y organiza sus partículas en los planetas —por medio de ciertos seres
tricentrados capaces de alcanzar en su presencia común la facultad de desarrollar el
funcionamiento de las dos leyes cósmicas fundamentales de la sagrada Heptaparaparshinokh y
la sagrada Triamazikamno— bajo la forma de ciertas unidades definidas capaces de
concentrar y fijar la Divina Razón Objetiva.
Y así ha sido dispuesto y creado por nuestro CREADOR COMÚN, a fin de que cuando estas
determinadas partes del Gran Omniabarcante, espiritualizadas ya por la Divina Razón,
regresen y vuelvan a fusionarse con la Gran Fuente Primaria del Omniabarcante, pasen a
integrar aquel Todo que en los designios de nuestro ETERNO UNIEXISTENTE COMÚN
materializa el sentido y el esfuerzo de todo cuanto existe en el Universo entero.
Según parece, San Buda también les dijo lo siguiente:
«Vosotros, seres tricentrados del planeta Tierra, dotados de la posibilidad de adquirir en
vosotros mismos las principales leyes sagradas, universales y fundamentales, procuraos
también la plena posibilidad de recubriros con la parte más sagrada del Gran Omniabarcante
de todo cuanto existe y de perfeccionarla por medio de la Divina Razón.»
«Y este gran Omniabarcante de todo lo susceptible de ser abrazado, recibe el nombre de
'Prana Sagrado.'»
Esta precisa explicación de San Buda fue perfectamente comprendida por sus contemporáneos
y muchos de ellos comenzaron, como ya te he dicho, a esforzarse ansiosamente por
configurarse un recubrimiento exterior de sus presencias con las partículas de esta Grandísima
Grandeza, dedicándose luego a «hacer inherente» al mismo una Divina Razón Objetiva.
Pero cuando la segunda y tercera generaciones que sucedieron a la de los contemporáneos de
San Buda comenzaron a desvirtuar el sentido de Sus explicaciones referentes a las verdades
cósmicas, concibieron y afirmaron luego con su peculiar Razón —para ellos y sus
descendientes— la idea perfectamente precisa de que aquel «Señor Prana» hacía su aparición
en los seres inmediatamente después de su nacimiento.
Gracias a este malentendido, los seres de aquel período, así como las de generaciones
posteriores, incluso la contemporánea, creyeron y creen todavía que, aun sin haber cumplido
los deberes eserales de Partkdolg, forman parte ya de la Altísima Grandeza que el propio San
Buda había explicado personalmente con toda claridad.
De modo, querido niño, que tan pronto como descubrí este malentendido que las enseñanzas
de San Buda habían sufrido con el tiempo, y una vez que hube comprobado que los seres de
aquel país de Perlandia estaban todos, sin excepción, convencidos de que no eran sino otras
tantas partículas del propio Señor Prana, decidí valerme de este error de interpretación para
lograr mi objetivo.
También en el país de Perlandia, al igual que en la ciudad de Gob, comencé por inventar un
agregado que incluí entre las mencionadas enseñanzas religiosas, haciendo luego todo lo
posible para que dicho agregado se difundiera entre el pueblo.
Comencé así a propagar en Perlandia la creencia de que el «Sagrado Prana», cuya naturaleza
había explicado el Divino Maestro San Buda, no sólo se hallaba presente en la gente, sino
también en todos los demás seres que habitaban el planeta Tierra.
Decía, así, que en todas las formas eserales, cualquiera fuera la escala a que perteneciesen,
que habitaban la superficie del planeta, en el agua y en la atmósfera, poseían, desde el
principio mismo de su existencia, una partícula de aquel fundamental Altísimo y
Omniabarcante Sagrado Prana.
Lamento tener que decirte, querido niño, que me vi forzado entonces, más de una vez, a hacer
hincapié en el hecho de que estas palabras habían sido vertidas por los mismísimos labios de
San Buda.
Los muchos seres con quienes mantenía por entonces «amistosas» relaciones y a quienes
empecé por persuadir de mi intención sin necesidad de polémica alguna, no sólo la creyeron
inmediatamente en todas sus partes, sino que posteriormente me ayudaron con suma eficacia,
claro está que inconscientemente, en la tarea de difundir dicha intención.
Así, en incontables ocasiones, estos amigos míos demostraron apasionadamente, con increíble
celo, a sus semejantes, la verdad indudable de este nuevo concepto de la doctrina.
En resumen: en el país de Perlandia, gracias a esta pequeña estratagema de mi invención, los
resultados apetecidos se consiguieron con inesperada rapidez.
Y en Perlandia, debido tan sólo a dicho agregado, tanto cambiaron tus favoritos sus relaciones
esenciales para con los seres pertenecientes a otras formas diversas de la humana, que no sólo
dejaron de destruir sus vidas para sus famosos sacrificios rituales, sino que comenzaron, y con
toda sinceridad, a contemplar estos seres de otras formas como a sus propios semejantes.
Si todo hubiera continuado de esta manera, grande habría sido el bien para todos los hombres;
pero también aquí, al igual que en el país de Maralpleicie, pronto comenzaron, cosa muy
propia de ellos, a manifestar toda clase de necedades con respecto a la interpretación de estas
nuevas relaciones, dando lugar a situaciones verdaderamente cómicas.

Por ejemplo, sólo un cuarto de sus años después de haber comenzado yo mi prédica, podía
verse en las calles de la ciudad de Kaimon infinidad de terráqueos andando sobre «muletas», a
fin de aplastar el menor número posible de insectos o «bichitos» que, en su concepto, no eran
ni más ni menos que semejantes suyos.
Del mismo modo, muchos tenían terror a beber agua que no hubiera sido recién extraída de
una fuente o arroyo, dado que si ésta había permanecido largo tiempo en un recipiente
cualquiera, bien podía ser que muchos «bichitos» se hubieran introducido en el agua y que —
¡oh, desgracia!— sin reparar en ellos, engullesen a aquellos pobres semejantes de
dimensiones un tanto reducidas.
Muchos de ellos tomaron la precaución de usar lo que se conoce con el nombre de «velos» a
fin de evitar que aquellas pobres criaturillas que vivían en el aire, acertasen a introducírseles
en las bocas o narices, lo cual hubiera sido sin duda, una gran desdicha.
A partir de aquella época, comenzaron a surgir en Perlandia numerosas sociedades con el
propósito de proteger a los seres «indefensos» pertenecientes a diversas formas no humanas,
tanto aquellos que vivían entre los terráqueos, como los que éstos llamaban «salvajes».
Las reglamentaciones de estas sociedades no sólo prohibían la destrucción de sus vidas para
ofrendarlas en el ara del Dios, sino también el empleo de sus cuerpos planetarios a manera de
alimento primario.
—Pues sí, querido niño, —dijo Belcebú y prosiguió luego:
—Y debido una vez más al extraño carácter de su psiquis, los deliberados padecimientos y
conscientes trabajos de aquel Sagrado Individuo, San Buda, que había sido especialmente
materializado dentro de una presencia planetaria similar a la terráquea para actuar entre ellos
y enseñarles el recto camino del desenvolvimiento moral, fueron en vano, pues no sólo
interpretaron erróneamente las enseñanzas del Maestro, sino que aun ahora continúan
propagando sin cesar nuevos malentendidos de toda clase y «pseudoenseñanzas», encubiertas
en los últimos tiempos bajo los nombres de «Ocultismo», «Teosofía», «Espiritismo»,
«Psicoanálisis», etc., etc., con el consiguiente oscurecimiento de su psiquis, ya sin esto
bastante oscura.
Casi no hace falta decir que de las verdades enseñadas por el propio San Buda no ha
sobrevivido absolutamente nada.
La mitad de una de las palabras, sin embargo, logró llegar hasta los seres contemporáneos de
aquel planeta sin igual.
Y he aquí cómo se perpetuó esta media palabra:
San Buda explicó, entre otras cosas, a los habitantes de Perlandia, cómo y a qué parte del
cuerpo de sus antecesores había estado adherido el famoso órgano Kundabuffer.
Les dijo, así, que el Arcángel Looisos, había determinado con ciertos medios el crecimiento
de este órgano, en sus antecesores, en la extremidad de ese cerebro que en ellos, al igual que
en nosotros, la naturaleza ha colocado a lo largo de la espalda, en lo que se conoce con el
nombre de «espina dorsal».
Según establecieron mis investigaciones, dijo también San Buda que aunque las propiedades
de este órgano habían sido completamente destruidas en sus antecesores, la formación
material de dicho órgano había permanecido, sin embargo, en las extremidades inferiores de
este cerebro; y esta formación material, al ser transmitida de generación en generación, había
llegado incluso a sus contemporáneos.
«Esta formación material», decía, «no tiene ahora ninguna significación en vosotros y puede
ser totalmente destruida con el curso del tiempo, si vuestra vida se desarrolla de la forma que
corresponde a los seres tricentrados».
Fue precisamente cuando comenzaron a dar antojadizas interpretaciones de este mal
comprendido «sufrimiento» «predicado» por el Maestro, e hicieron una de sus «habituales
trampas» con la palabra.
En primer lugar, dado que la raíz de la segunda mitad de esta palabra acertó a coincidir con
una palabra del lenguaje hablado en aquella época que significaba «reflexión», y dado
también que habían inventado un medio de destruir rápidamente esta formación material y no
ya con el transcurso del tiempo, —como había dicho San Buda— sucedió que interpretaron
erróneamente esta palabra, según una curiosa elaboración de su mocha Razón. Claro está que
cuando este órgano se halla en acción debe tener también en su nombre la raíz de la palabra
«reflexionar». Ahora bien; dado que destruimos hasta su base material, el nombre deberá
finalizar con una palabra cuya raíz signifique «anterior», y puesto que «anterior» en el idioma
de aquel tiempo era pronunciado «lina»; convirtieron la segunda mitad de esta palabra y en
lugar de «reflexión», le añadieron la mencionada «lina», de modo que en lugar de la palabra
Kundabuffer, se obtuvo la palabra «Kundalina».
Así fue, pues, como sobrevivió una mitad de la palabra Kundabuffer y, transmitida de
generación en generación, llegó finalmente a tus favoritos contemporáneos, acompañada,
claro está, de mil y una explicaciones diferentes.
Incluso los más «eruditos» contemporáneos poseen un nombre derivado de las más oscuras
raíces latinas para designar esa parte de la médula espinal.
La esencia de lo que se conoce con el nombre de «filosofía hindú» se basa también en esta
famosa Kundalina y existen, girando en torno a la palabra misma, miles de «ciencias» ocultas,
secretas y reveladas, que nada explican.
Y en cuanto a la forma en que los científicos terrestres contemporáneos definen la
significación de esta parte de la médula espinal, eso, querido nieto, es el más profundo
misterio.
Una vez que estuve plenamente convencido de que había tenido el más completo éxito en
cuanto a la total extirpación, quizás para un largo tiempo, de aquella terrible práctica
predominante en Perlandia, de sacrificar a los seres pertenecientes a las formas no humanas,
decidí no demorarme un instante más en aquellos lugares y regresar al Mar de la Misericordia,
a bordo de nuestra nave Ocasión.
Cuando ya nos hallábamos dispuestos a abandonar Perlandia, de pronto me acometió el deseo
de no regresar al Mar de la Misericordia por el camino en que habíamos venido, sino por otra
ruta completamente inusitada en aquellos días.
Es decir, que resolví regresar atravesando la región conocida más tarde con el nombre de
«Tíbet».

FIN DEL CAPITULO 21 DEL LIBRO PRIMERO
 EN EL QUE BELCEBÚ VISITÓ LA INDIA