G. I. GURDJIEFF
TRADUCCIÓN DE VIDEOS AL ESPAÑOL
LIBRO PRIMERO CAPÍTULO 4
La ley de la caída
El capitán continuó diciendo:
—Esto sucedió en el año 185, según el cálculo cronológico objetivo.
San Venoma había sido trasladado por sus méritos, del planeta «Soort» al planeta sagrado
«Purgatorio», donde, después de haberse familiarizado con sus nuevos deberes, así como con
el nuevo ambiente, dedicó todo su tiempo libre a sus actividades favoritas.
Y consistían éstas en la investigación de nuevos fenómenos capaces de entrar en diversas
combinaciones con los fenómenos regidos por las leyes ya existentes.
Y cierto tiempo después, en el transcurso de estas investigaciones, San Venoma descubrió en
las leyes cósmicas lo que más tarde había de convertirse en un principio famoso, es decir: La
Ley de la Caída.
Esta es la formulación que el propio San Venoma dio de esta ley cósmica por él descubierta:
«Todas las cosas que existen en el Mundo caen hacia el fondo. Y el fondo, para cualquier
parte del Universo, es su 'estabilidad' más próxima, y dicha 'estabilidad' es el lugar o punto
sobre el cual convergen todas las líneas de fuerza procedentes de todas direcciones.»
Los centros de todos los soles y de todos los planetas de nuestro universo son precisamente
esos puntos de «estabilidad». No son sino los puntos inferiores de aquellas regiones del
espacio hacia las cuales tienden definidamente las fuerzas procedentes de todas las
direcciones de aquella parte dada del Universo. También se concentra en estos puntos el
equilibrio que permite a los soles y a los planetas mantener su posición.
Al enunciar su principio, San Venoma dijo además que al caer las cosas en el espacio,
dondequiera que ello fuese, tendían a caer hacia uno u otro sol, o, hacia uno u otro planeta,
según a qué sol o planeta perteneciera aquella parte dada del espacio en que caía el objeto,
constituyendo cada sol o planeta en esa esfera determinada la «estabilidad» o fondo.
Partiendo de esta base, San Venoma desarrolló en sus siguientes investigaciones este
razonamiento:
«Si esto es así, ¿no será posible emplear esta particularidad cósmica para la locomoción
interespacial de nuestro Universo?»
Y a partir de entonces, trabajó siempre en este sentido.
Sus santos trabajos posteriores revelaron que si bien esto era posible, en principio era
imposible; pese a ello, aprovechar plenamente con aquella finalidad la «Ley de la Caída» por
él descubierta. Y la imposibilidad radicaba tan sólo en las atmósferas que circundan a la
mayoría de las concentraciones cósmicas, atmósferas que impiden la caída recta de los objetos
en el espacio.
Habiendo comprobado esto. San Venoma dedicó por entero su atención al descubrimiento de
algún medio para vencer dicha resistencia atmosférica ejercida sobre las naves diseñadas de
acuerdo con el principio de la Caída.
Y después de tres «Looniases» San Venoma halló, por fin, este medio, y tiempo más tarde,
una vez finalizada bajo su dirección la construcción de una nave adecuada, comenzó a realizar
pruebas prácticas.
La nave en cuestión tenía el aspecto de una vasta celda, estando hechas todas sus paredes de
un material especial bastante semejante al vidrio.
Pues bien, en todos los lados de esta vasta celda había ciertos objetos a manera de «postigos»
hechos de un material impermeable a los rayos de la sustancia cósmica «elekilpomagtistzen»
y estos postigos, aunque fuertemente fijados a las paredes de la mencionada celda, podían
deslizarse libremente en todas direcciones.
Dentro de la celda se hallaba una «batería» especial, destinada a generar esta misma sustancia
«elekilpomagtistzen».
Yo mismo, Su Recta Reverencia, estuve presente en las primeras pruebas realizadas por San
Venoma en conformidad con los principios por él descubiertos.
Todo el secreto del mecanismo radicaba en lo siguiente: cuando se hacían pasar los rayos de
«elekilpomagtistzen» a través de este vidrio especial, en toda el área por ellos abarcada era
destruido todo cuanto formaba parte normalmente de la atmósfera misma de los planetas,
como por ejemplo, el «aire» y toda clase de «gases», «nieblas», etc. En consecuencia, esta
parte del espacio quedaba completamente vacía, no ofreciendo ni resistencia ni presión
alguna, de modo tal que si un niño hubiera empujado al enorme aparato, éste habría avanzado
con tanta ligereza como una pluma.
En la parte exterior del aparato se hallaban sujetas ciertas aplicaciones semejantes a alas, que
eran puestas en movimiento por medio de la misma sustancia «elekilpomagtistzen» y que
tenían por objeto propulsar la máquina en la dirección deseada.
Aprobados y bendecidos los resultados de estos experimentos por la Comisión de Inspección
bajo la presidencia del arcángel Adossia, se inició la construcción de una gran nave basada en
esos principios.
Pronto estuvo ésta terminada y entró en servicio. Al cabo de poco tiempo, las naves de este
tipo comenzaron a ser utilizadas con exclusión de todas las demás, en todas las líneas de
comunicación entre los sistemas.
Aunque con el paso del tiempo. Su Recta Reverencia, los inconvenientes de este sistema se
volvieron paulatinamente cada vez más evidentes, éste desplazó por completo a todos los que
habían existido con anterioridad.
Si bien era cierto que las naves construidas de acuerdo con este método resultaban ideales en
los espacios desprovistos de atmósfera, donde se trasladaban casi con la velocidad de los
rayos «Etzikolnianakhnianos» procedentes de los planetas, cuando se aproximaban a algún sol
o planeta, sin embargo, eran una verdadera tortura para los seres que las conducían, por la
cantidad de complicadas maniobras necesarias.
La necesidad de estas maniobras obedecía a la misma «Ley de la Caída».
Así, cuando la nave entraba en el medio atmosférico de algún sol o planeta cuya área de
influencia debía atravesar, comenzaba inmediatamente a caer hacia ese sol o planeta y, como
ya he dicho, era necesario poner mucho cuidado y poseer un conocimiento considerable para
impedir que la embarcación se desviara de su curso.
Durante el paso de las naves por la proximidad de algún sol o planeta, su velocidad de
traslación tenía que reducirse con frecuencia cientos de veces por debajo de su velocidad
normal.
En esas zonas también resultaba particularmente difícil guiarlas debido a la considerable
población de «cometas».
Por esta razón, había una gran demanda de seres capacitados para conducir dichas máquinas;
los técnicos eran preparados para el cumplimiento de estas tareas por otros seres dotados de
una elevada Razón.
Pero pese a los inconvenientes ya mencionados, el sistema de San Venoma desplazó
paulatinamente, como ya dije, a todos los sistemas anteriores.
Y ya hacía veintitrés años que las naves construidas según el sistema de San Venoma estaban
en funcionamiento cuando se difundió el primer rumor de que el ángel «Haritón» había
inventado un nuevo tipo de embarcación para la comunicación interplanetaria e intersistemas.